Nos falta perspectiva histórica y siempre
tendemos a creer que estamos al borde del momento más crítico para el planeta.
Además, muchas veces nos falla también la geografía y consideramos que solo
importa lo que pasa cerca o lo que le ocurre a gente como nosotros. Las alarmas
del mundo se encienden cuando a las capitales de Occidente llegan muestras de
una barbarie que se repite día a día en otros lugares del mundo. Si un
periodista blanco es degollado a siete mil kilómetros nos impacta porque quizá
su viuda y sus hijos viven en un bloque de pisos como el nuestro. En cambio, si
son 200 niñas las que han sido secuestradas en Nigeria, entonces nos
estremecemos un poquito para exclamar cómo está el mundo por esos países.
La libertad de expresión jamás debiera tener
límites y hacer uso de ella no debiera poner en peligro la vida de nadie. Ni
tampoco debería nadie acabar en una celda, sancionado con una multa o despedido
de su trabajo por decir o escribir aquello que es su opinión. Una vez aclarado
esto, convendría reflexionar sobre qué ha pasado en el mundo durante esta
última semana que no llevara ocurriendo hace cinco meses o quince años. Lo
único que ha cambiado es el lugar y la naturaleza de las víctimas, porque todo
lo demás ya lo sabíamos los que cada semana echamos un vistazo a la situación
de los derechos humanos en el mundo.
Cuando oí por primera vez hablar del Estado
Islámico me eché las manos a la cabeza, pero no solo por la crueldad de sus
acciones sino porque se repetían errores históricos de torpeza incalculable,
esa tan utilizada por la inteligencia norteamericana de ir armando a cualquier
descerebrado contra un enemigo común, y que inició Reagan en los años 80
bendiciendo a los talibanes frente a las tropas soviéticas.
Todo está muy complicado y no lo va a curar la
sobredosis de hipocresía que hemos podido ver en las calles de París. Y no me
refiero a los millones de personas que clamaban contra de los asesinatos
cometidos en la capital francesa, sino por esa especie de selfie de
gobernantes, bien apartados del pueblo en una mini manifestación para élites, y
en cuya primera fila se podía ver a mandatarios que encarcelan a periodistas y
a embajadores de países que dan latigazos a quien se atreve a disentir. Un joven estudiante llamado Daniel Wickham desmontaba en la tarde del domingo el
cinismo de la fotografía, desgranando en una veintena de tuits las
fechorías contra la libertad de expresión que llevan a cabo, diariamente, los
tipos de una primera fila bastante miserable.
Vivimos en un mundo difícil, pero acabar con
la barbarie ha de hacerse globalmente, para que también se pueda vivir en Gaza
o en Damasco. Y estamos muy lejos de lograrlo si no aprendemos de los errores
del pasado y matamos nuestras libertades a cambio de más seguridad. Si así lo
hacemos, nos habrán vencido.
Publicado en las páginas de opinión del diario
HOY el 14 de enero de 2015
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