Siempre
me ha preocupado aquella gente cuya vida descuadra con aquello que predica, y que
me parece la primera pista para desconfiar de ella. Recuerdo a un director de
instituto público, que vivía a dos pasos del centro de educativo en el que daba
clase, pero cuyos hijos asistían a un colegio privado en la otra punta de la
ciudad. Más de uno le hizo ver su incongruencia e intentaban ejemplarizárselo
de manera más gráfica: es como si tiene usted una panadería y vemos que compra
el pan en una tienda de la competencia. La excusas que solía dar eran un tanto
vergonzantes, porque en el fondo no se fiaba de la calidad y profesionalidad de
sus propios compañeros de trabajo.
Cuando
he sabido que Botín tenía un cuenta en un banco suizo con muchas consonantes,
el difunto banquero ha pasado formar parte de mi particular lista de gente de
poco fiar. No es que antes tuviera
alguna confianza en él, pero no me negarán la pésima publicidad para uno de los
primeros banqueros de Europa eso de mandar a tierras tan frías su dinero
personal, en lugar de colocarlo en una de sus cálidas sucursales por todo el
mundo. A medida que vayamos conociendo los nombres y apellidos de Falciani
iremos descubriendo a gente de nombres y apellidos rimbombantes, de los que se
daban golpes en el pecho por defender la patria y los colores, pero que no
tenían problema en escabullirse de sus obligaciones fiscales entre las montañas
de los Alpes.
Estoy
esperando que llegue el viernes para escuchar nuevamente a la portavoz del
gobierno, para saber si continúa en su lucha hasta que el último español pague
en dinero blanco todo lo que debe a Hacienda o si, por el contrario, volverá a
no mencionar desde Moncloa los desajustes, desatinos y fraudes de personas bien
conocidas. Hay quien piensa que listas como las de Falciani crean una
inseguridad jurídica por lo que supone de revelación de datos de índole
privada. Como no entiendo demasiado de detalles jurídicos no saldré en su
defensa a capa y espada, pero no me negarán que será gracias a personas como él
que podremos destapar la podredumbre de quien se escaquea de su compromiso para
mantener los servicios públicos.
No
sé la eficacia que podrían tener en nuestra sociedad la publicación de otras
listas como las de Falciani, las que agruparan a los que se sirven de
recomendaciones para acceder a puestos, a los que cobran más horas
extraordinarias públicas de las que la ley permite, a los que se han beneficiado de fraudes con
cursos de formación, a quienes han recibido sobresueldos opacos o a quienes se
las ingenian para ser insolidarios con todos. Pero más que listas que parecen inquisitoriales,
quizá nos hiciera falta la valentía colectiva para reprochar a nuestro
alrededor cada comportamiento corrupto. La picaresca es una maravilla de la
literatura, pero carece de gracia tener que soportarla a nuestro lado.
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