06 abril, 2016

No ser académico

He aprovechado los pasados días de fiesta para acercarme a la capital y enseñarle a mis hijos Madrid, ciudad que desconocían y a la que yo llevaba bastante tiempo sin ir, quizá porque no me atraían los relajantes cafés con leche en la Plaza Mayor y he esperado nuevos aires. En uno de mis paseos llegué a la chocolatería de San Ginés, que aparece en el recorrido nocturno de Max Estrella en las Luces de Bohemia de Valle-Inclán. La memoria me llevó a aquel libro de la colección Austral, de color morado, y a algunas frases que todavía estarán subrayadas en mi biblioteca.

“Tengo el honor de no ser académico” fue una de las que pronunció Max Estrella aquella noche, y no sabemos qué habría dicho si hubiera escuchado al académico Félix de Azúa. Aunque soy de los que entro una veintena de veces al día en la página web de la Academia de la Lengua, mis recelos hacia la institución que limpia, fija y da esplendor a la lengua no vienen por las últimas declaraciones del más reciente de los ingresados, sino que se remontan a la afrenta que recibió María Moliner en los años 70, a la que no dejaron ni una silla por el simple hecho de ser mujer. No sé qué tendrán los sillones de la Academia, que parecen infectados de una sustancia que provoca misoginia compulsiva y machismo galopante: jamás escuché arremeter contra un varón con comparaciones similares a las escuchadas recientemente.

Mientras Félix de Azúa intentaba menospreciar a Ada Colau mandándola a la pescadería, desde Panamá nos iban llegando los nombres de patriotas, de esos que besarían mil veces la bandera, pero a los que no les importa valerse de empresas pantalla, paraísos fiscales o herramientas como las famosas SICAV, que por muy legales que sean no dejan de ser una patada en el estómago para quienes solo tienen para vivir la fuerza de su trabajo. Como me imagino que el goteo de nombres no ha hecho más que empezar, esperaremos a que aquí alguien haga lo mismo que en Islandia, donde el primer ministro ya ha dimitido tras balbucear delante de medio mundo.

Si Panamá está haciendo temblar muchos cimientos, no quiero ni pensar qué ocurriría si conociéramos todos los nombres de la lista Falciani y sus cuentas en Suiza, o a los acaudalados señores que han llevado sus millones a Andorra, Liechtenstein o las Islas Caimán. Algunos seguimos preguntándonos por qué hay que dar más seguridad jurídica a las fortunas depositadas en fondos y bancos, mientras que las indemnizaciones por despido, las prestaciones para poder subsistir o las pensiones asistenciales no tienen a nadie que las proteja. Al final de Luces de Bohemia aparece un sepulturero, profesión tan digna como la de pescadera, afirmando que “en España el mérito no se premia. Se premia el robar y el ser sinvergüenza”. Cien años va a cumplir la obra de don Ramón y no todo ha cambiado como quisiéramos.

Publicado en HOY el 6 de abril de 2016



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