20 abril, 2016

Vivir para comprar

En los últimos años he tenido la oportunidad de conocer dos ciudades de las que oía hablar como modelo de recuperación urbanística de sus cascos antiguos. El verano pasado conocí la parte vieja de Vitoria-Gasteiz, donde conviven hostelería, pequeño comercio y moradores a partes iguales. Hace cuatro años quedé encantado con Girona, en cuyo centro histórico podías encontrar tiendas que parecerían salidas de un cuento, como un colmado de más de cien años lleno de botellas, cajas y botes de lo más pintoresco. Me di cuenta de que eran ciudades en las que los pequeños comercios habían sobrevivido y no tardé en vincularlo con que estaban en unos territorios donde la liberalización total de los horarios no ha sido permitida, y donde no abundan tanto los grandes centros comerciales como en otras zonas de la península.

Precisamente en Portugal se da el caso contrario, como el que hace años recogía Saramago en su novela La Caverna y la historia de un alfarero que llevaba sus piezas a un gran centro comercial que acaba devorándolo todo. En el país vecino los centros comerciales se han convertido en los santuarios del ocio, de las compras y de la vida misma, abiertos todos los días y que, poco a poco, han hecho desaparecer de los centros de las ciudades las viejas tiendas con encanto.

Aquí andamos enfrascados desde hace días en una lucha sobre el número de festivos que pueden abrir los centros comerciales, porque parece que diez al año son pocos y que si no se permiten dieciséis se frenará la creación de empleo y mil tragedias caerán sobre nosotros. Yo creo que vamos por mal camino si una parte de nuestra sociedad necesita deambular por un centro comercial incluso los días de descanso. Pero de esta historia me preocupa lo que no nos cuentan, el sinsabor  de gente precaria y sin derechos reales a la que obligan a trabajar en domingo a cambio de casi nada. Hace unos años leímos una petición de los empleados de una multinacional sueca del mueble pidiendo a los consumidores que no fuéramos a comprar en festivos. Los informes de impacto social de la liberalización del comercio son demoledores: se pone en ventaja a las grandes superficies frente a pequeñas y medianas, porque las grandes pueden resolver el incremento de horas en festivos con una simple distribución de turnos, mientras que las pequeñas tiendas solo pueden competir incrementando la dedicación personal de sus dueños o contratando personal.

Todos los trabajadores consultados afirman que no se contrata a más gente por seis domingos más abiertos. Y a muchos nos preocupa que el modelo hacia el que vamos sea el de vaciar de las ciudades de aquellos locales que le daban una aire singular para convertirlos en una franquicia insípida en las afueras. Es la batalla entre quienes creemos que comprar es algo que hay que hacer en la vida, frente a quienes piensan vivir es comprar y poco más.


Publicado en el diario HOY un 20 de abril de 2016



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