Durante el debate electoral del lunes, en el que creo que llegué a
dormirme, solo se trató durante veintiséis segundos el tema de la violencia de
género (y tras tener que recordarlo por dos veces los moderadores). No hablaron
del cambio climático y me imagino que no lo harán hasta que el agua del
deshielo polar les fuerce a intervenir desde barcazas en lugar de atriles. La
cultura tampoco se mencionó pero, desgraciadamente, ya no aparece ni el
capítulo de olvidos.
Se echaron en falta otros asuntos y sobraron reproches, pero lo
grave es que en pocas ocasiones se fue al meollo, al origen de los problemas
que tiene la gente. Los principales son de índole económica y hay quien cree
que todo se soluciona obedeciendo los criterios de déficit que marca Juncker
desde Luxemburgo, ese paraíso fiscal creado por él mismo.
Para solventar de raíz los problemas e intentar que no se repitan,
no queda más remedio que averiguar por qué se llegó a determinadas situaciones.
Si nuestro déficit es el que es, habrá que determinar si la culpa la tienen las
medicinas de la abuela, esa autopista vacía o aquellas infraestructuras de lujo
que no se pueden permitir ni los países más ricos del planeta. Quienes han
echado las cuentas de lo que llevamos gastado en rescatar a bancos o
aeropuertos sin pasajeros acaban dictaminando que, si no nos hubieran robado
tanto, quizá no las tendríamos que haber pasado tan canutas. El día que se
audite nuestra deuda y sigamos la pista a cada céntimo, llegaremos a la
conclusión de que nuestra pobreza, angustia y desesperanza tienen un origen
cierto y unos nombres y apellidos que, en su momento, se beneficiaron de una
corrupción que sobrepasa la vergüenza ética y se deja sentir en nuestros
bolsillos.
Ayer tuve la oportunidad de conocer a Hervé Falciani, aquel que
desveló que en un banco suizo había cientos de miles de cuentas de evasores
fiscales. Fue el hombre más buscado de Suiza, país en el que incomodar a la
banca te convierte en enemigo público numero uno. En su recorrido por España
suele hablar de la necesidad de hacernos inmunes frente a la corrupción, algo
que parece no tener vacuna a corto plazo. En su conferencia de ayer mencionaba la
importancia de tejer redes sociales de la ciudadanía para comenzar a frenar de
manera radical ese mundo de mordidas, sobres con billetes, amnistías fiscales,
facturas e informes falsos, fraude generalizado en algunos sectores y poder
omnímodo de los monopolios para que las leyes se escriban según sus deseos.
Si dentro de once días nos hemos olvidado de que el desorbitado sobreprecio
de la casa en que vivimos, esa que tendremos que seguir pagando durante
décadas, ha sido lo que ha alimentado centenares de cuentas en Suiza, miles de
empresas en Panamá y sobres con sobresueldos en sedes de partidos políticos,
entonces será porque tenemos lo que nos merecemos. Y tardaremos mucho en ser
inmunes.
1 comentario:
La única vacuna contra la corrupción es la transparencia. Mientras todo el mundo oculte sus beneficios, sus cobros, sus sueldos y demás; y mientras los ciudadanos lo aceptemos y hagamos lo mismo, la corrupción seguirá. A mayor o menor escala.
Pero mientras arreglar tu coche por 600€ cueste en realidad 800€ (por el IVA) q es más del sueldo de un mes para mucha gente, defraudaremos y dejaremos q defrauden otros para aliviar nuestro sentimiento de culpabilidad. La pesadilla q se muerde la cola.
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