En Portugal hay un término que hace
un año casi nadie conocía y que ha pasado a estar en los periódicos todos los días. La geringonça no es lo
mismo que nuestra jerigonza, porque en portugués tiene una
acepción que se refiere específicamente a aquel artefacto complejo, compuesto
de piezas diferentes y escasa consistencia. La palabra volvió a ser puesta en
circulación por un comentarista político llamado Vasco Pulido Valente para
identificar al gobierno formado por el socialista António Costa con el apoyo
del resto de partidos de izquierda. Los medios han hecho el resto y han
conseguido extender el vocablo, que es muy probable que consiga el título de
palabra del año.
Conseguir que una palabra se imponga
para definir una realidad nueva se ha convertido en una prioridad política y
mediática. Si, además, el término elegido tiene ya una carga despectiva,
entonces la tarea de echar por tierra cualquier nueva iniciativa tiene
posibilidades de hacerse fuerte. En Portugal el llamado gobierno de la geringonça está consiguiendo, contra viento y
marea, cambiar el rumbo de una ruta marcada por la troika y ejecutada por la coalición de conservadores
y liberales. A la hora de hacer balance del primer año de gobierno, desde la prensa económica -que no suele estar escorada a la izquierda- se afirmaba que
se había conseguido demostrar que hay una alternativa al austericidio, y que
era posible afrontar subidas de salarios mínimos, de pensiones y del poder
adquisitivo de las clases medias y bajas. No se puede ocultar que se trata de
un gobierno con sus contradicciones y que va a tener que hilar muy fino para
lograr acuerdos duraderos entre fuerzas con puntos de vista diferentes, aunque
no antagónicos. Pero ha conseguido que muchos de los que esperaban que el
artefacto se viniera abajo tengan que comerse algunas de sus palabras.
Ocurre, en ocasiones, que lo que
pudiera parecer un engendro con dificultades de mantenerse en pie llegue a
convertirse en una solución posible y con capacidad de mejorar lo existente.
Además, las diferencias desde el punto de vista ideológico son más fáciles de
superar cuando hablamos del ámbito local, donde el nivel de conocimiento entre
las personas es mayor y donde determinadas líneas dejan de ser insalvables.
Quizá por ese motivo sería posible que, por poner un ejemplo, tres formaciones de la oposición pudieran consensuar otra manera de gobernar una ciudad. Tal vez
sin tener perfectamente consensuado un modelo de ciudad, pero con la capacidad
de ponerse de acuerdo en cómo regir un consistorio con criterios de
transparencia y poniendo por delante los intereses de los ciudadanos más
desfavorecidos. Y lo que ha ocurrido aquí al lado, en Portugal, con obstáculos pero con logros tangibles para
las personas, puede atravesar fácilmente la frontera sin necesidad de provocar
el pánico. Si demonizamos a
los partidos cuando no se ponen de acuerdo y también cuando lo intentan, tal
vez deberíamos preguntarnos si nos está fallando algo en nuestro
sentido crítico.
Publicado en el diario HOY el 28 de diciembre de 2016
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