Una
de las páginas que más visito es la del diccionario Real Academia Española dela Lengua. No es que me esté preparando para un concurso televisivo de
definiciones ni nada por el estilo, sino que me he acostumbrado a buscar
segundos y terceros significados de algunos vocablos que me toca escribir. A
veces siento la curiosidad por ver cómo habrán resuelto los académicos la
definición de algo complicado. Cuenta García Márquez que la primera vez que
buscó el adjetivo ‘amarillo‘ se quedó perplejo con lo que ponía: del color del
limón, porque la academia dirigida por Menéndez Pidal había pensado que todos
los limones del mundo eran amarillos y no había reparado en que los limones del
Caribe eran bastante verdes.
En
una de esas búsquedas he visto que al adjetivo ‘primario’ nos los equiparan con
algo ‘primitivo’ y ‘rudimentario’, pero la Academia ya está en todo y nos ha
abierto una entrada específica para elecciones primarias, como las que el domingo
próximo celebrará el PSOE. Cuesta creer que todavía haya gente que considere que
la democracia interna de los partidos, que es mandato constitucional, se
desarrolla mejor mediante esa especie de sufragio censitario en el que acababan
convirtiéndose muchos procesos congresuales, donde los aparatos tienen siempre
las de ganar en el 98% de los casos, que mediante la voz directa de las personas afiliadas
mediante sufragio universal. Pero me
temo que estos procesos son ya imparables y que incluso los partidos más
conservadores acabarán desterrando aquella práctica medieval de nombrar sucesores como si de una monarquía se tratara.
Por
lo que hemos visto anteayer, la socialdemocracia española debate más sobre su
relación con antagonistas externos que sobre la definición de sus propias ideas
para ofrecer un proyecto al electorado. No estamos ante una novedad en Europa, puesto
que ya estamos viendo diferentes ejemplos en los últimos años y en las últimas
semanas: lo que se dilucida el domingo es si el partido que fundara Pablo
Iglesias en 1879 decide jugar por su banda natural o prefiere abandonarla en
búsqueda de un caladero de votos en el centro en el que ya hay más de uno pescando y con la pericia que otorga jugar en terreno propio. Cuando ManuelValls o Yorgos Papandreu han optado por hacer políticas liberales les ha
acabado ocurriendo algo parecido: sus bases más obreras se les han ido a la
izquierda, los posibles votos de liberales-conservadores han preferido a los
auténticos antes que a los imitadores, y ellos se han quedado con lo puesto.
Los resultados del domingo pueden deparar alguna sorpresa, porque el número de avales de Sánchez se podría multiplicar con votos recibidos de quienes no podían significarse en contra del aparato. Lo que urge es que, gane quien gane, definan de una vez si van a estar más cerca de lo que les dicte la troika o de lo que necesiten los sectores sociales propios de un partido que todavía lleva en su nombre dos adjetivos como socialista y obrero.
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