Durante
décadas habían sido los partidos de izquierda los que habían sido campos de
batallas internas y que, con gran acierto, los Monthy Python parodiaron en La
vida de Brian con la discusión entre el Frente Popular de Judea y el Frente Judaico Popular.
Cuando
se echa la vista atrás habría que recordar que la derecha también escribió en
la historia episodios como el Congreso de la UCD en Palma de Mallorca, una semana después de la dimisión de Adolfo
Suárez y dos semanas antes del 23F, y que acabaría saldándose con un partido
que pasó de rozar la mayoría absoluta en 1979 a una docena de diputados tres
años después.
Alianza
Popular ha llegado a ser considerado el más sólido de los partidos. Fundado por
siete ministros de Franco y con la voz cantante e indiscutible de Fraga durante
los diez primeros años de existencia, solo tuvo un momento de incertidumbre,
allá cuando Hernández Mancha consiguiera arrebatar a Herrero y Rodríguez de Miñón el trono
dejado vacante por el político gallego, y al que éste hubo de retornar apresuradamente, nombrar a Aznar e iniciar un cuarto de siglo a base de dedazos
más propios del PRI mejicano.
Este
mes de julio la derecha española ha dado un giro copernicano, se ha atrevido a
consultar directamente a la militancia y el sector más conservador ha acabado
torciendo el brazo a Soraya, dando la vuelta a un proceso que se presentaba con
dos mujeres en discordia y un actor secundario, y que ha acabado ganando el
tercer hombre.
Sin
entrar a valorar las dificultades que en Francia, Estados Unidos o España han
tenido todas las mujeres que han estado a punto de ganar a un varón aunque
parecieran favoritas (Segolène frente a Sarkozy, Hillary frente a Trump, Susana
Díaz frente a Pedro Sánchez, etc.), que darían para un ensayo, convendría
reflexionar sobre los paisajes que se configuran tras las batallas internas de
los partidos políticos. Se suele caer en el error de no contar con quienes han
perdido y con pasar listas de afectos o desafectos a los vencedores. Es
costumbre habitual que esa falta de voluntad de integrar a quien ha sido
derrotado en los procesos democráticos internos acabe por partir en dos o más
pedazos a las formaciones políticas, aunque hay algo peor y es no reconocer al
vencedor, negar la legitimidad democrática del ganador cuando se pierde,
atrincherarse y boicotearlo todo.
Alguien
dijo que si ganaba Soraya se habría producido una escisión en un partido que
quería abarcar, al mismo tiempo, desde el lado más conservador del PSOE hasta
los postulados más extremos que van triunfando en muchos lugares de Europa. Era un abanico demasiado amplio incluso para
Soraya. Ahora el peligro para el PP es que lo que se gane por la derecha se
pierda por el centro. Un espacio que intentará ocupar C’s en una nueva pirueta
estratégica que ya no sorprende a nadie. Las batallas internas producen estos
paisajes.
Publicado en HOY el 25 de julio de 2018
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