Rara vez visitamos
otras ciudades sin evitar las comparaciones con la nuestra. En una reciente
visita a la localidad portuguesa de Nazaré volví a usar el teleférico que une
la villa con la parte alta de la localidad y la taquilla lucía con orgullo un
letrero de “servicios municipalizados”. Además, un cartel recordaba que allí
mismo podían pagar el recibo del agua, también municipalizada. Luego vuelves a
tu ciudad de origen y ves que todo va en sentido contrario, que ni el agua, ni
la limpieza, ni la gestión de proyectos las lleva el propio Ayuntamiento. Ya
solo queda que la policía local se externalice con una empresa de seguridad y
que la alcaldía y las concejalías se saquen a concurso a una gestoría.
En estos días de
calor agobiante no podemos dejar de pensar en cómo estamos transformando
nuestras ciudades. Hace poco me contaba un amigo que en Jaén habían decidido
destrozar una plaza como la de Deán Mazas para sustituir las baldosas
históricas por el duro hormigón y quitar árboles, bancos y fuentes. La
tendencia imperante es suprimir todo
aquello que requiera mucho mantenimiento para ir cambiándolo por espacios
despejados y olvidarse de beneficiar a la gente que luego tiene que usar las
calles y plazas.
Me parecía que ya
habíamos aprendido de errores ajenos, como cuando en los años 90 dejaron el
paseo de la margen izquierda del Guadiana en Badajoz con cuatro árboles que
acabaron muriendo y con cemento por doquier, y este mismo diario anunciaba que
en la Avenida Carolina Coronado se iban a talar los olmos y rellenar el espacio
con rosales. Uno no acaba de comprender ese odio hacia los árboles que solo
tiene parangón en George W. Bush, que proponía talar los bosques para evitarlos incendios forestales.
Ignorar el cambio
climático, pasar por alto la necesidad de dotar de zonas verdes a las ciudades
y creer que todo se resuelve sin tener en cuenta la sostenibilidad de la tierra
en la que habitamos son algunos de los síntomas que delatan a los políticos más
preocupados de cortar las cintas de inauguración que de facilitar la vida a sus
convecinos.
No habían pasado 24 horas desde que se publicara la noticia y ya había comenzado el malestar por el barrio. Los carteles improvisados cubrían los escaparates y mañana a las ocho y media han convocado una concentración en la fuente de Cuatro Caminos. La pregunta va de boca en boca: ¿a quién le pueden molestar unos árboles que plantaron hace 40 años, con todo el cariño del mundo, los niños del colegio que está en la propia avenida?
O comenzamos por tomarnos en serio esta tarea de hacer habitables las ciudades o acabarán convirtiéndose en un infierno, en una sucesión de espacios despersonalizados, incómodos, en los que no apetece estar, donde nos cambian los bancos semicirculares que propiciaban el diálogo por sillas aisladas y viradas para que nadie se tenga que cruzar la mirada. Serán los nuevos paisajes urbanos, salvo que la gente despierte para impedirlos.
1 comentario:
Qué pena. En Sevilla se está cometiendo un arboricidio en toda regla. Hay ciudadanos movilizándose pero el Ayuntamiento no para. #salvatusarbolesSevilla
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