Los seres humanos acabamos poniendo nombres a las cosas cuando
necesitamos diferenciarlas. En los pueblos en los que solo hay templo, una
taberna o un comercio, con un artículo definido se solventa todo y hablamos de
la iglesia, el bar o la tienda. Las grandes ciudades, esas que tienen más de un
aeropuerto y varias estaciones de ferrocarril, tienen que acabar poniéndoles
apellidos, ya sea honrando a Charles de Gaulle o a Kennedy, o bien sirviéndose
del nombre del barrio en que se encuentran, como pasa con la estación de Sants
en Barcelona o de Chamartín en Madrid. A algunos filólogos les apasiona tanto
esto de los nombres que se dedican analizar la onomástica y la toponimia, dos
áreas que, en honor a la verdad, están llenas de curiosidades muy entretenidas.
Aquí todavía seguimos discutiendo sobre los nombres de los
pueblos, calles o plazas que fueron dedicadas a unos héroes que el paso del
tiempo (y el fiel análisis histórico) acabó convirtiendo en villanos. Si la
fisonomía de nuestras ciudades hubiera sido trazada con escuadra y cartabón,
nos bastaría con numerar calles y avenida con combinaciones de pares e impares
para tener un sistema lógico. Habríamos evitado engorros como tener un pueblo entero
en Soria dedicado al General Yagüe o algunos núcleos del Plan Badajoz honrando
a un caudillo. Pero aquí heredamos intrincados callejones en cascos antiguos,
juderías y barrios (hermosa palabra de origen árabe) que durante siglos
diferenciamos en función del oficio de sus habitantes y que luego acabaron
siendo un tratado de hagiografías.
La semana pasada supimos que el hospital de referencia de
Extremadura dejaría de llevar el nombre de una infanta y que iba a llamarse
como lo que es, algo tan sencillo y descriptivo como el Hospital Universitario
de Badajoz. Y algo tan simple como dejar de homenajear a quien nada hizo por la
salud ni la medicina extremeña ha acabado en la más estéril de las polémicas.
De todos los problemas que tiene la sanidad pública de la región,
el menos importante es el nombre de cada edificio. Los centros de salud siguen
el acertado criterio de ser designados como el barrio en el que están para no
confundir a la gente con nombres de personajes. Siempre me llamó la atención la
plaza de Cervantes en Badajoz, que tiene en el centro una estatua de Zurbarán
pero que todo el mundo conoce por el nombre de san Andrés: ni queriendo se
puede despistar más al forastero.
Ahora hay quienes quieren dedicar el hospital a la virgen de la
Soledad, a pesar de que ya hay un tanatorio con ese nombre en la ciudad y que
podría derivar en equívocos de humor negro cada dos por tres. Un poco de
sensatez siempre viene bien en estas cosas: no le dediquen ni un minuto más, doten
de recursos suficientes a los hospitales para que no haya que esperar demasiado
a ser atendidos y toda la gente de a pie lo agradecerá. Seguro.
Publicado en el diario HOY el 3 de octubre de 2018.
Foto de J.V. Arnelas en HOY
Foto de J.V. Arnelas en HOY
No hay comentarios:
Publicar un comentario