Cuando no había internet casi toda la información había que
conseguirla leyendo en papel. En una de esas publicaciones leí por primera vez,
a principios de los años 90 del siglo pasado, un artículo sobre un concepto que
parecía del XIX: la reaparición en el llamado primer mundo de un importante número
de personas que no salían de la pobreza a pesar de trabajar.
No me acuerdo del nombre del autor y lamento no poder citarlo como
es debido. Sí que recuerdo que en aquel momento, recién puestas en marcha las
medidas de flexibilización del trabajo de los gobiernos de Felipe González, se
suponía que el fin de la rigidez iba a crear empleo para todo el mundo, sin
seguridad ni certidumbres, pero al menos era trabajo. Había que olvidarse del puesto
fijo de 40 hora semanales para toda la vida y cambiarlo por contratos de cuatro
horas diarias que se alargaban otras cuatro (de manera ilegal) si querías ser
renovado a final de año.
Fue pasando el tiempo y el café, que valía 100 pesetas en diciembre de 2001, pasó a costar 1 euro en mayo de 2002. Eso sí: los sueldos se
ajustaron a la milésima en aquel proceso de conversión en el que, en teoría,
nadie se iba a aprovechar de redondeos. El gobierno de Aznar aprovechó el
cambio de moneda para modificar la forma de calcular el IPC y, de la noche a
las mañana, quienes tenían una nómina vieron perder su poder adquisitivo.
Si hace 16 años nos subieron a todos los precios, nos dejaron los
mismos sueldos y tuvimos que callarnos, ahora se presenta una pequeña posibilidad
de resarcirse con la subida del salario mínimo interprofesional (SMI) a 900 euros, la mitad de lo estipulado en algunos países europeos y el más bajo de
las que se suponen potencias económicas del continenente. Aumentar el SMI es
casi una medida de emergencia social en España, donde los precios de la
vivienda, la energía o el transporte provoca que en muchas ciudades ese salario
sea de mera subsistencia, no sirva para plantearte un proyecto de vida y
convierta en quimera algo tan necesario como el ahorro. Como para pedir,
además, que te vayas haciendo un plan de pensiones.
Ayer se hacía público el octavo informe de la Red Europea de Lucha contra la Pobreza y los datos son demoledores: más de 12 millones de personas
en riesgo de pobreza o exclusión social. Hay políticos que van intentar impedir que los salarios mínimos suban hasta los 900 € porque eso pondría en peligro la
economía (en singular), sin tener que en cuenta que las economías (en plural)
de 12 millones de personas llevan ya tiempo sufriendo. Riesgo es la palabra que
ha usado uno de los más poderosos bancos para referirse a esa subida del SMI,
una palabra que no usaron cuando tuvimos que rescatarlos. Lo que parece que
también está bajo mínimos es la catadura moral de quienes se molestan ante cualquier beneficio hacia los más pobres.
Publicado en HOY el 17 de octubre de 2017
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