Hace
muchos años me contaron que había una oenegé que recogía gafas usadas para
llevarlas a un poblado africano donde carecían de recursos para comprarlas. Las
oftalmólogas y ópticos de la organización las clasificaban y las escondían bien
para que los habitantes del poblado no les echaran un ojo antes de graduarles
la vista, porque muchos se encaprichaban con una montura psicodélica y juraban
ver de maravilla aunque hubiera cuatro dioptrías de diferencia.
He
recordado esta anécdota la semana en la que el tren vuelve a ser protagonista
en la región, con una manifestación convocada para el fin de semana y foros importantes
ayer y hoy. Creo que en la última década habré escrito más sobre el ferrocarril
que sobre ningún otro asunto, consecuencia de llevar 13 años haciendo 24.000 km
anuales en tren dentro de la región, que si los hubiera administrado de otra
forma me habrían permitido dar siete vueltas a la tierra y les podría estar
contando historias más entretenidas.
Hay
quien está preocupado por la falta de unidad a la hora de reivindicar el
ferrocarril que la región necesita y otros tenemos una preocupación previa, la
de aclararnos qué sistema de ferrocarril es el que necesitamos y el que nos
conviene, o si nos ponemos en la cola a reclamar lo mismo que tienen los demás
sin pararnos a pensar si eso es lo que nos urge, lo que nos sirve y lo que
podremos mantener.
Como
en la aldea africana, aquí hay algunos obcecados por tener la montura más cool y más fashion (disculpen los anglicismos) aunque los cristales nos hagan
dar palos de ciego. El tren que necesita Extremadura tiene que ser fiable,
seguro, electrificado, con doble vía, moderno, rápido sin necesidad de ser
supersónico, asequible para la mayoría de la población, con capacidad de llegar
a muchas comarcas de la región, que comunique hacia todos los puntos
cardinales, y que no solo transporte a personas sino también los bienes que
producimos y que tendremos que exportar.
Si
no nos hemos puesto de acuerdo en qué necesitamos, corremos el peligro de salir
a reclamar una montura llamada AVE que no podremos pagar y cuyos cristales no
corrigen los defectos de visión que padecemos. Como decían las oftalmólogas de
aquella ONG, los chicos y chicas de aquel poblado necesitaban urgentemente unas
gafas como nosotros necesitamos un tren digno, pero convendría también
desengañar a quien crea que ese tren digno solventará todos los problemas de
desempleo, envejecimiento y abandono del medio rural que padecemos, porque ya
hay aves de paso por muchas otras regiones en las que el efecto succión de las
grandes ciudades no ha solucionado nada la movilidad o incluso la ha empeorado.
Siempre
merece la pena pisar las calles nuevamente para pedir mejoras para la tierra en
la que uno vive. Y las mejoras en nuestros trenes comenzarán con números en los
presupuestos del 2019 y con ejecución efectiva de lo presupuestado, que esa es
otra historia.
Publicado en HOY el 14 de noviembre de 2018.
Publicado en HOY el 14 de noviembre de 2018.
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