Llevo unos cuantos años escuchando el adjetivo brutal para referirse a algo formidable. Además, suele usarse en intervenciones aisladas y contundentes que valen para ensalzar la sublime calidad de un plato, de una canción, de un traje nuevo o del último peinado innovador.
Al principio pensé que sería una moda pasajera de gente joven hasta que también se lo comencé a oír personas de mediana edad e incluso tirando hacia la tercera. Así que me fui al diccionario más académico y vi que aún no habían recogido ninguna entrada para ese nuevo uso tan alegre y entusiástico del adjetivo. Recurrí a María Moliner y mi paisana me confirmó que, de entre todos los usos posibles de esas seis letras, no había ninguno digno de aplauso y admiración: el bruto era alguien falto de inteligencia e instrucción, que hacía uso de la fuerza física, que practicaba la imprudencia y la falta de respeto hacia todo ser viviente.
No sé si ya hay alguien investigando cuándo se empezó a dar la vuelta al término hasta conseguir el significado contrario. La cuestión es que no son tan lejanos los titulares que hablaban de un “trágico y brutal atentado”, o los gritos de comentaristas deportivos despotricando sobre la “brutal entrada” del defensa más leñero del equipo rival.
He llegado a preguntarme si esto mismo nos estará pasando con más palabras y no nos estaremos dando cuenta. ¿El léxico también cambia de bando o quizá deberíamos decir que es secuestrado por sus usuarios? A lo largo de la historia hemos visto que la paz, la libertad, la seguridad, el bienestar o la justicia se convertían en armas arrojadizas y de doble filo, que se usaban del lado que más convenía. Las mismas palabras se utilizan para defender unas ideas o las contrarias dependiendo de los complementos que se vayan añadiendo. Todos aman la libertad, pero unos dan prioridad a la de los mercados y los capitales, mientras que otros prefieren otorgársela a los seres humanos que huyen de males mayores. Nadie habla mal de la seguridad, pero unos la quieren para preservar privilegios y otros la reclaman para no seguir indefensos y a la intemperie.
Quizá dentro de treinta años esta columna sea una reliquia que solo sirva para reírse de aquellos tiempos en los que brutal todavía se entendía como algo cruel y violento. Nada nuevo bajo el sol, porque formidable hizo el camino inverso y hace tres siglos servía para describir “lo que era muy temible y difundía asombro y miedo”.
Reconozco que soy de los que jamás exclamaré brutal para referirme a algo extraordinariamente grande, fuerte, bueno o intenso. Sería capaz de darme por vencido y perder la batalla semántica siempre que fuéramos capaces de ganar la guerra de los conceptos. Los más graves problemas que amenazan al mundo, como son la pobreza, el cambio climático, la desigualdad o las violaciones de los Derechos Humanos, han sido y seguirán siendo brutales. La gente que se deja la piel, su tiempo y sus recursos por defender la supervivencia de la vida en el planeta y por el bienestar de todas las personas más necesitadas, esa es una gente formidable imprescindible.
Publicado en las páginas de opinión del diario HOY el 17 de noviembre de 2021
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