Hace unos días busqué en el diccionario el verbo saquear. Fue tras haber leído un artículo en el que se comparaba la petición de derogar la Ley de Amnistía de 1977 con un acto de saqueo, un robo con fuerza y violencia para arrasar con todo un lugar. Quiero imaginar que se trataba de un exceso de énfasis retórico, pecado del que casi nadie está libre y en el que, a veces, también caigo.
Para cerciorarme de si quienes pretenden derogar una ley de hace más de 40 años eran solo bárbaros y forajidos, me puse a indagar si, por un casual, existían organizaciones independientes e implicadas en la defensa de los Derechos Humanos que ya se hubieran manifestado sobre ese asunto y en el mismo sentido. Y, paradójicamente, hallé algún informe de Amnistía Internacional de 2017 criticando abiertamente algunos efectos nocivos de aquella norma.
Así que una organización que lleva amnistía por nombre andaba poniendo en tela de juicio aspectos de una ley con idéntico apellido. Fui a buscar las razones y una de las invocadas era que había servido de subterfugio para no investigar crímenes de lesa humanidad, aquellos que habíamos acordado después de Nürnberg que no debían prescribir jamás.
La ley de Amnistía fue reclamada por la izquierda a mediados de los años 70 para que se pusiera en la calle a quienes se habían jugado la piel en su lucha por las libertades, a quienes habían dado con sus huesos en comisarías y cárceles de la dictadura. Pero los últimos puntos de su artículo segundo exoneraban, precisamente, a agentes del orden y autoridades del régimen dictatorial que hubieran actuado contra quienes reclamaban democracia.
Amnesia y amnistía comparten raíces etimológicas. Para construir una sociedad mejor se necesita, en determinadas dosis y momentos, olvidar afrentas que nos impedirían la convivencia. El propio Mandela sabía bien que una nueva Suráfrica sin racismo se tendría que escribir conjugando el verbo perdonar, tanto en activa como en pasiva, y junto a otras palabras como verdad, justicia, reparación y reconocimiento del daño causado.
Por eso creo que la ley de Memoria Democrática debe derogar una ley que quizá era la única posible en 1977, años en los que era importantísimo saber cómo respiraba cada capitán general de las regiones militares. Pero han pasado más de 40 años y es hora de ubicar bien en la Historia a los valedores de las libertades y los derechos frente a quienes apostaron por un estado cuartelero y sacaron buen partido de ello.
No hay comentarios:
Publicar un comentario