Pronto se cumplirán dos años desde que la salud se convirtiera en la actriz principal de todas nuestras vidas, las públicas y las privadas. Comenzamos aplaudiendo el valor de las profesionales sanitarias desde los balcones y ahora sabemos más que nadie de vacunas, nos quejamos de lo que nos cuesta conseguir cita en el centro de salud, nos desespera que nos pospongan las pruebas diagnósticas y no hay conversación, por trivial que sea, que no acabe tratando del mismo asunto.
Pero hay una salud de la que no se habla tanto como se debiera. Con la corporal ya hemos visto que no hay reparos, pero la mental sigue siendo un tabú. Contamos sin rubor que venimos del endocrino o vamos al oftalmólogo, mientras que ocultamos que estamos yendo a terapia o que necesitamos con urgencia acudir a la consulta de psiquiatría.
Anteayer, cuando fui escuchando y leyendo las noticias sobre la muerte de Verónica Forqué, me di cuenta de que los medios de comunicación ya no evitaban nombrar la causa de su fallecimiento. Fui a buscar varios libros de estilo y encontré aquellos párrafos escritos hace décadas y que desaconsejaban mencionar estas noticias, ya que solo servían para incitar a otras personas a hacer lo mismo. Sin embargo, el propio Ministerio de Sanidad ha publicado recientemente un documento en el que se aconseja a los profesionales de los medios cómo se pueden abordar estas situaciones. Junto a las lógicas cautelas y precauciones, que nunca son pocas, el documento afirma que una información adecuada puede prevenir que no se nos pierdan más vidas.
Pero antes de llegar a casos tan extremos como el de Verónica Forqué es urgente que cambiemos radicalmente la manera en la que todavía estigmatizamos las enfermedades dependiendo de la parte del organismo afectada. Nos da menos miedo cualquier padecimiento somático que no sea incurable, y casi lo preferimos a las dolencias que hacen perder la cabeza.
La salud mental es tan importante como la corporal, pero continuamos viendo más natural haber visitado al médico diez veces en un año, que a quien nos cuenta que va a la psiquiatra cada cuatro o cinco años. Empatizamos y nos volcamos con quien nos cuenta sus problemas de salud al uso y nos alejamos de quien nos habla de sus depresiones y angustias. En las próximas semanas, cuando nos encontremos con amigos y familiares, preguntémosles cómo están y escuchemos sin miedo sus respuestas. La salud es única y deberíamos liberarla de calificativos: Deseemos salud, sin adjetivos.
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