Hubo un tiempo en el que nos sentíamos a salvo de casi todo, en el que el mapa estaba lleno de lugares seguros, de casillas inexpugnables como las que hay en el tablero del parchís y donde nadie te puede comer. Hoy nos preocupa el mundo mucho más que hace un mes porque empezamos a ver en los programas informativos paisajes reconocibles, a personas como nosotros y que están sufriendo horrores que solo aparecían en series distópicas o a 10.000 km.
Me gustaría tranquilizarles y decirles que la cosa no es para tanto, pero también les estaría mintiendo si afirmara que las tragedias que ocupan ahora la mitad de nuestros telediarios son únicas e irrepetibles, porque no lo son. El último informe de la Escola de Pau y que recoge datos del 2020, el año que se suponía que estábamos en casa y sin meternos en líos con nadie, hubo 34 conflictos armados concentrados en África, Asia y Oriente Próximo. Sí, ya sabemos que la particular gravedad del caso de Ucrania se debe al poderío nuclear que manejan las partes enfrentadas en este conflicto, aunque quizá debiéramos reparar en lo que Cáritas nos cuenta, por poner un ejemplo, de la República Democrática del Congo, donde llevan en guerra desde hace más de 20 años y ya han muerto másde 6 millones de personas, la misma cifra de judíos víctimas del holocausto nazi.
Todas estas cosas que pasan por esos países tan raros apenas nos causan sobresaltos. Es la diferencia con lo que acontece en Ucrania, lugar del que sí nos empezamos a acordar al recibir la factura de la luz o al llenar el depósito de combustible. Mientras los desvalidos estaban muy lejos solo sentíamos pena durante los minutos duros del telediario, hasta que los presentadores nos sacaban del túnel de las desdichas y nos ofrecían asuntos banales como los deportes o la historia curiosa del día.
Yo no sé si estamos asistiendo a una globalización de la debilidad. Hemos gastado tantos recursos para mantenernos a salvo en nuestra casilla segura del parchís, que hemos descuidado el resto del tablero y hoy nos acechan fichas de todos los colores. Lo que empiezo a sospechar es que hay pueblos a los que les han tocado los peores números en el sorteo de la historia, pueblos que no tienen quien les defienda.
Estos días no he podido evitar hacer memoria: se cumplen 31 años desde la resolución de la ONU para que un referéndum pudiera determinar el futuro de lo que fue la provincia española del Sáhara Occidental, y 47 años desde la entrega a Marruecos mientras moría el dictador y se sentaba en el trono el penúltimo Borbón. En todo este tiempo no ha habido década sin su desaire desde la antigua metrópoli.
Me pregunto si ahora, cuando ya hemos empezado a notar de cerca la debilidad global de este mundo incierto, todo esto nos servirá para imaginarnos cómo se sentirán aquellas niñas y niños saharauis que pasaban en Extremadura sus veranos en paz. Ante el dilema de apostar por los intereses geoestratégicos o por los seres humanos, deberíamos tener una respuesta clara que no nos avergüence más.
Publicado en HOY el 23 de marzo de 2022
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