Me entretiene captar fragmentos de conversaciones ajenas. No es que quiera dedicarme al espionaje a tiempo parcial, ni tampoco lo hago para enterarme de lo que les ocurre a viandantes o pasajeros a los que, probablemente, no vuelva a ver en la vida. Simplemente me dedico a imaginar cómo seguiría ese diálogo, cuáles habían sido las palabras previas o de qué manera se podría ir liando o desmadejando la discusión.
Me ocurrió anteayer de camino a la estación de tren. Eran las tres de la tarde, pasaba junto a tres varones que podrían parecer prejubilados y que estaban sentados en la terraza de un bar. “Es que las está perjudicando a ellas todo eso del empoderamiento que dicen”. Esa fue la frase textual, de la que me ahorraré análisis morfosintácticos y que no me hizo volar demasiado la imaginación, como en otras ocasiones. Enseguida concluí que estaban hablando de este asunto de final del verano en el que se han fundido fútbol, fervor, feminismos y otras muchas más cosas que no siempre comienzan con la letra efe.
Continué dándole vueltas a la frase porque empoderar es uno de esos verbos que se ha puesto muy de moda en la última década y que aparece en textos y discursos de todo tipo. El señor lo tenía claro y había llegado a la conclusión de que la rebeldía de las mujeres frente un patriarcado asentado durante milenios de poder incuestionable se les podría volver, aprovechando que todo ocurrió en Australia, como un boomerang contra ellas.
Así que llevo dos días dándole vueltas a la frase y pensando en algunas de las cosas leídas y escuchadas en las últimas semanas para averiguar si el “excesivo” empoderamiento de las mujeres tendrá efectos secundarios o graves contraindicaciones. Pero me descompuso un comentario en redes sociales, escrito por algún descerebrado con teclado a mano, que hablaba del “cerco y acoso que estaban sufriendo los varones heterosexuales por parte del feminismo”. Fue entonces cuando comencé a preguntarme dónde estaba ese cerco y ese acoso, qué peligros acechaban al género históricamente dominante y con la orientación sexual mayoritaria y bendecida por todas las religiones monoteístas y politeístas. ¿Qué derecho inalienable de los varones heterosexuales ha sido cercenado por el avance del feminismo, un movimiento que solo pretende la igualdad entre varones y mujeres?
Empiezo a entender que los varones que tuvieron patente de corso durante casi toda su vida, que fueron avasallando a las mujeres sin pedir permiso ni perdón, tengan ahora un miedo horrible: el temor de que hoy sean ya delito algunas de las cosas que formaban parte de un juego macabro en el que ellos ponían las normas impositivas y ellas tenían que pasar por el aro. Como cantaba María Jiménez, se acabó y ya no habrá vuelta atrás. No habrá empoderamiento perjudicial sino todo lo contrario. Y es precisamente la unión y la solidaridad entre mujeres ninguneadas en una tierra tan hostil como la futbolística las que llevaron al señoro de la terraza a eructar su frase lapidaria. No hay cerco ni acoso, se lo digo yo. Basta con dejar de ser gañanes y jamás tendrán nada que temer.
Publicado en el diario HOY el 6 de septiembre de 2023
No hay comentarios:
Publicar un comentario