01 noviembre, 2023

Lamentaremos estos días

La segunda Guerra Mundial nos colocó al borde del abismo. Vimos una ideología totalitaria, racista y antisemita acaparar poder político, que se convirtió en poder militar, que comenzó a ocupar territorio y a involucrar al mundo en una guerra salvaje que duró cinco años. De aquella guerra creímos haber aprendido y se intentó dotar al mundo de una norma universal de derechos para todas las personas, sin distinciones de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole. La llamaron Declaración Universal de los Derechos Humanos y el mes que viene cumplirá 75 años de existencia.

La ciudad de Ginebra ya había visto firmar varias convenciones desde el XIX para que tras las batallas no hubiera ensañamiento con heridos, enfermos o prisioneros de guerra. Mas fue en 1949, tras dos bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, cuando un cuarto convenio en la ciudad suiza tuvo que abordar también la protección a la población civil en los conflictos bélicos. 

¿Es lo ocurre ahora en Gaza la mayor escabechina jamás vista? Pues me temo que no. Quienes fueron testigos de lo ocurrido en Ruanda en 1994 dicen que aquel genocidio de tutsis a manos de hutus nos habría estremecido. Y mucho más si en aquellos años todo el mundo hubiera tenido una cámara en el bolsillo con capacidad de enviar reportajes hasta Alaska o Australia en apenas tres segundos. O quizá no nos habría impresionado porque las distancias geográficas y culturales nos impedirían sentir el mismo dolor que cuando recibimos a refugiados de la guerra de Ucrania en 2022 y vimos que esos sí se parecían a nosotros.

Se calcula que el ataque de Hamas del 7 de octubre segó la vida de 1400 personas y capturó a más de 200 rehenes. Ninguna de ellas era merecedora de los males sufridos. Las víctimas de Gaza se calculan en más de 7.000 y los heridos podrían rondar los 18.000. Tardaremos en saber los datos exactos y pasará mucho tiempo hasta que se puedan retirar los escombros y se descubra lo injustas que son las acciones militares que actúan sobre la población civil sin importarle que sean ancianos, enfermos, niños o bebés. Quienes consideren como legítima defensa a un acto de terrorismo el bombardeo incesante de viviendas y hospitales de esa prisión a cielo abierto que es Gaza, deberían hacérselo mirar. La población civil palestina no merece este castigo de hoy, ni tampoco aquellos niños a los que unos soldados rompían los brazos a pedradas en 1987, ni tampoco Mohamed Al-Dura, el chico acribillado por más que su padre intentara protegerlo con su propio cuerpo.

Lamentaremos estos días: quienes sobrevivan en Gaza, los que ya no tienen nada que perder, no olvidarán nunca lo ocurrido y buscarán venganza. El mundo necesita parar a Netanyahu sin medias tintas, que es lo que ha intentado expresar António Guterres. No puede haber demócratas europeos y norteamericanos en silencio cómplice mientras se extermina a población palestina al margen de las convenciones de Ginebra. Ayer, mientras escribía estas líneas, toda la actualidad parecía decimonónica. Volvamos, al menos, al siglo XX, a los Derechos Humanos, a considerar un crimen bombardear a niños en hospitales. 





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