Hay cine para todos los gustos. Algunos disfrutan de lo lindo con la ciencia ficción y los efectos especiales, mientras que otros nos decantamos por historias a las que nos les exigimos florituras ni artificios: nos bastan con que estén bien contadas, que los personajes hayan sido construidos con inteligencia y que las interpretaciones nos hagan que todo sea creíble.
Si hay un dúo cinematográfico que casi nunca me decepciona es el formado por el realizador británico Ken Loach y el guionista escocés Paul Laverty. Descubrí al director en 1990 con su Agenda oculta sobre los problemas de Irlanda y luego aprendí en qué consistía el Thatcherismo con obras como Riff-Raff o Lloviendo piedras, donde un obrero católico y sin trabajo hará todo lo posible para que su hija haga la primera comunión con el mejor vestido.
Pero han sido en sus tres sus últimas películas donde nos han mostrado un mundo olvidado que no está a miles de kilómetros, sino que lo podemos tener al lado y no darnos ni cuenta. En 2016 abordaron el problema al que se enfrenta un carpintero viudo que ha sufrido un infarto, cuyo médico considera que no está en condiciones de trabajar, pero que no puede tener acceso a subsidios ni ayudas al no ser capaz de rellenar los formularios informáticos imprescindibles. Yo, Daniel Blake nos avanzó lo que luego descubriríamos aquí en los tiempos de la pandemia: que todo sería más fácil para los que manejáramos nuevas tecnologías, pero casi imposible para las personas mayores.
En 2019 Loach y Laverty nos impactaron con Sorry, we missed you. En esta película vemos la vida de Ricky, que ha tenido que empeñarse y vender el coche de su mujer para comprarse una furgoneta. Con ella tendrá que repartir todos esos paquetes que compramos impulsivamente a golpe de click y que nos llegan a casa en cajas de cartón con una sonrisa más falsa que una moneda de tres euros. Abrimos las cajas alegremente, sin preocuparnos en qué condiciones se fabricaron en oriente, ni qué penurias sufre quien nos lo ha traído hasta casa, las penalizaciones que sufre si llega tarde a las entregas o las multas que ha de pagar y que le descuadran todas sus cuentas.
La última película de este dúo se titula El viejo roble y cuenta la llegada de refugiadas sirias a un humilde barrio del norte de Inglaterra. Debería ser una obra para que la vieran y la comentaran en los institutos, porque solo con una cierta pedagogía y grandes dosis de educación en Derechos Humanos evitaremos que se extienda el racismo y la xenofobia como el que vemos en algunas escenas. Los resultados electorales en medio mundo nos dicen que señalar al paupérrimo extranjero, al que vino huyendo de la muerte, del empobrecimiento de los autóctonos, es una miserable estrategia que puede dar un puñado de escaños para hoy y gravísimos problemas para mañana.
Loach y Laverty nos han contado historias muy tristes, pero también nos han traído la esperanza de la solidaridad, esa que llaman “ternura de los pueblos” y que acaba apareciendo por ese viejo pub llamado El viejo roble.
Publicado en el diario HOY el 20 de marzo de 2024
No hay comentarios:
Publicar un comentario