Fatalidades
Hay quien medio en broma hablaba de dos grupos para delimitar la inteligencia humana: el de los que actúan teniendo en cuenta posibles adversidades y el de los que achacan a la fatalidad cualquier catástrofe y califican de impredecible y excepcional lo que ha sido su falta de previsión. Desde principios de los años 90 se hablaba del galopante cambio climático que estábamos causando y de la necesidad de cambiar el modelo consumista para evitar un calentamiento global que acabaría por hundir bajo las aguas del mar a buena parte de las costas actuales. También se ha venido alertando sobre la influencia de la emisión de CO2 en las sequías y la virulencia de huracanes, pero hay quienes necesitan ver el agua al cuello, como ha ocurrido trágicamente en Nueva Orleáns, para empezar a replantearse las posturas. El gobierno estadounidense se ha negado a firmar los protocolos de Kyoto y ha intentado restar importancia a todas las alarmas de los científicos sobre el cambio climático. La cuestión es saber cuántas catástrofes tendremos que sufrir hasta que se afronte de forma drástica uno de los mayores problemas del planeta, cuándo empezaremos a cambiar los hábitos de consumo, cuando dejaremos de abusar del vehículo privado, cuándo empezaremos a apostar por las energías renovables, cuándo sembraremos Extremadura de carriles-bici y, sobre todo, cuándo empezaremos a conjugar el verbo prever en lugar del fatídico lamentar.
Javier Figueiredo
29 septiembre, 2005
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