Hay quien ha echado cuentas de lo que cuesta un coche, los impuestos, las reparaciones, el combustible y los gastos de estacionamiento, para concluir que sería más barato ir a todos los lugares combinando taxis y transportes públicos. Las cifras que rodean el mundo del automóvil nos hacen dudar de si somos realmente seres racionales: parece ser que, a determinadas horas, el tráfico de una ciudad se compone a partes iguales de los que van de un lado para otro y de los que dan vueltas para encontrar aparcamiento. Muchos incluso pasan treinta minutos buscando un hueco en el que estacionar para ahorrarse un par de euros de parking y acaban por gastar el triple en combustible y tranquilizantes.
Pasamos de lo cómico a lo trágico y la duda sobre la racionalidad del ser humano motorizado se hace más patente: cada fin de semana que se prolonga un poco más de lo habitual se salda con un centenar de muertos que parecen no importarle a mucha gente. De hecho, uno va por la carretera viendo a imitadores de Fernando Alonso y lo que acaba por extrañarle es que sólo haya 100 muertos. En ocasiones se debe criticar a las administraciones pero en este asunto tan grave hay que empezar a no echar balones fuera y ser cada ciudadano el que empiece a reprochar socialmente conductas que causan muerte y sufrimiento: nuestros pueblos se llenan de romerías campestres donde se bebe y se conduce sin rubor, en las autovías quien va a 120 es el último y la mitad de los muertos de la pasada Semana Santa no llevaba el cinturón. ¿Acaso estamos dispuestos a seguir perdiendo 4000 vidas al año de manera tan estúpida? Esperemos que no. http://javierfigueiredo.blogspot.com/
Publicado en EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 24 de abril de 2006.
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