Desde 2003 no hay verano en el que no tengamos una ola de calor descomunal, de esas que antes se producían cada veinte años. Podría tratarse de un indicio y no de una prueba de que algo está cambiando en el clima del planeta, pero todo parece indicar que los científicos lo tienen bastante estudiado y ya tienen hechas predicciones certeras sobre la subida de los mares, la desaparición de playas y el calentamiento global. Cualquiera que se haya montado en un ascensor este verano habrá tenido la oportunidad de comentar el tema desde su punto de vista: con poca ciencia, escasa memoria y mucha subjetividad, porque hasta en cuestión de termómetros hay relativistas que tienen calor con treinta grados y frío con treinta y dos. A los ascensores y las colas de la panadería todavía no ha llegado el debate sobre las causas de este cambio climático y estamos lejos de que los comentarios de cada vecino se centren en qué está haciendo cada uno para evitarlo. En esto que nos advierten de que somos campeones de Europa pero no de fútbol, sino en incumplimiento del protocolo de Kyoto. Tenemos la certeza de que el imparable consumo de combustible fósiles nos lleva por muy mal camino y no hacemos más que multiplicar las cifras que nos conducen al desastre. Mientras en el resto de Europa han empezado a disminuir sus emisiones de CO2, aquí seguimos pensando que la atmósfera está parcelada por países y que podemos seguir a nuestro ritmo porque aún nos queda mucho por ensuciar. Prevenir no es nuestro deporte nacional, así que esperaremos a ver los paseos marítimos inundados para empezar a hacer algo.
Publicado en EL PERIÓDICO EXTREMADURA el lunes 7 de agosto de 2006
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