La más clásica de las fábulas cuenta la historia de un niño que se estaba ahogando en un río y un adulto que pasaba por allí comenzó a reprenderle la temeridad e inconsciencia de su atrevimiento. El cuento acaba con una intervención del niño en la que pide al adulto que lo salve primero y que le reproche a posteriori todo lo que quiera. No aprendemos de las fábulas y seguimos siendo un pueblo que mientras ve derramarse la botella de leche sigue enfrascándose en buscar culpables antes de enderezar el desaguisado. Y aquí estamos nuevamente, intentando buscar responsables de un fracaso en lugar de aunar esfuerzos para ser copartícipes de la solución. De lo sucedido las semanas pasadas a raíz de la bomba en la T-4 es más interesante --como ocurre en muchas piezas de teatro-- la acotación que el propio texto de las palabras pronunciadas. Algunas reacciones eran de esperar y no nos sorprenden a nadie en absoluto porque son las lógicas de quienes no sienten preocupación alguna por el dolor humano ajeno. Sí que es inquietante constatar que hay quienes piensan que la ruptura de un posible proceso de paz es una buena noticia y que hoy estamos mejor que el día 29 de diciembre. Si no somos capaces de ponernos de acuerdo en algo tan simple como que es preferible un proceso de paz a cualquier situación de terrorismo latente es que no hemos aprendido nada ni de nuestra historia ni de la de los demás. De nuestros clásicos heredamos una máxima: Es mejor una paz segura que una victoria incierta. Quienes abogan a toda costa por esa victoria nos deberían decir cuántas vidas están dispuestos a pagar a costa de su legítima posición. http://javierfigueiredo.blogspot.com
Publicado en EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 8 de enero de 2007.
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