05 octubre, 2025

Guillermo

En octubre de 1990 me matriculé en la Escuela Idiomas para profundizar lo que sabía de alguna lengua y empezar con otras. En la clase de primero de francés todo el mundo sabía algo de la lengua de Molière y era el único que empezaba de cero. Me sentaba atrás y de vez en cuando se ponía a mi lado un joven, que a veces venía con chaqueta y corbata, y que colocaba sobre la mesa un aparatito con una pequeña pantalla en la que se leían mensajes

Yo sabía qué era ese aparatito porque mi hermana tenía uno para avisarle de cualquier urgencia para su trabajo de periodista en la televisión. Al año siguiente ya no vino a clase y cuatro años después, tras todo el jaleo de Matías Ramos y la dimisión de Manuel Rojas en el Ayuntamiento de Badajoz, vi una noticia en HOY (un viernes 29 de julio y firmada por Antonio Tinoco) donde se apuntaba que Ibarra había ofrecido ser candidato a la alcaldía de Badajoz a Fernández Vara. 

Fue entonces cuando descubrí que aquel "busca" (así se llamaba el aparatito) no era de un periodista sino de un forense. Cuando era Consejero de Bienestar social nos recibió a las compañeras y compañeros de Amnistía Internacional en Extremadura para hablarle de un programa de Defensores de los Derechos Humanos, aunque había coincido con él un 29 de diciembre de 1997 en el Tribunal Superior de Justicia de Extremadura, donde se juzgaba al entonces diputado de IU José Antonio González Frutos por un delito de insumisión, del que fue absuelto.

Luego fue investido presidente de la Junta, acabamos trabajando en el mismo edificio unos cuantos años y siempre fue una persona amable en el más amplio sentido de la palabra. Mentiría si dijera que mi manera de pensar coincidía siempre con la suya: en muchas cosas mi punto de vista era diferente, pero me remitía a contarlo cada semana o quincena en un periódico y ya está: algunos no fuimos nunca partidarios de refinerías, ni de alargar la vida de las nucleares, ni de hacer normativas a medida por si alguien quería montar un casino en medio de la Siberia extremeña, ni muchas cosas más que ahora no consigo enumerar. Pero tenía un talante diferente al de su antecesor y, probablemente, al de muchos de sus sucesores. Siempre fue de los de dialogar y tender la mano, del respeto en las formas, de rehuir de los zascas y polémicas desabridas como las que tanto se llevan hoy en día.

Aprobé primero de francés,  segundo de francés con mi admirado Jesús (había sido el director de mi instituto en COU) y ya no pude terminar 3º con Lola, otra magnífica profesora. Como en la canción de Aute "volví a llegar tarde a la clase de francés" y tardé en saber quién era aquel Guillermo, a qué se dedicaba y por qué tenía un busca sobre el pupitre. Me reafirmo en mi columna de la semana pasada: la política necesita de gente buena y Guillermo, con sus ideas, lo fue.

01 octubre, 2025

Woke, posverdades y malismo absoluto


  El diccionario inglés de Oxford fue noticia en 2017 tras incluir dos nuevos términos políticos en su actualización anual: woke, un vocablo que podríamos traducir literalmente como despierto y que había ido ampliando sus significados durante el siglo XX para aplicarse también a quienes sí son conscientes de todo aquello que les rodea o intentan informarse bien de lo que ocurre en el mundo que habitan.

 

  El otro término admitido en el famoso diccionario británico, y que llegaba con el título de palabra del año 2016 en Estados Unidos, era la tan nombrada posverdad, esa que nuestros académicos hispanos ya han definido como una distorsión deliberada de la realidad que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales.

 

     En más de una ocasión ha ocurrido que una palabra pasara con el tiempo a significar casi lo contrario, como le ocurrió al adjetivo “enervante”: comenzó como sinónimo de agotador, extenuante y hoy solo lo entendemos como aquello que nos saca de quicio. Pero para giro inesperado de guion y número estelar de los prestidigitadores de las palabras es lo que han conseguido quienes han tildado despectivamente como “ideología woke” a quienes propugnen equidad racial y social, a quienes defiendan la multiculturalidad, el activismo ecológico, el feminismo o incluso algo tan sensato como el uso de vacunas.

 

     En un tiempo en el que a las mentiras las llaman “hechos alternativos” y en el que tiene más seguidores el que lanza el insulto más soez y no tiene compasión alguna, quizá haya llegado el tiempo de despertar y de acabar con el absolutismo del mal y el imperio de la fuerza bruta frente a cualquier solución reflexionada y cabal. ¿Y si fuera la hora de anteponer la bondad a todo ese arsenal de adjetivos que disparan odio en redes sociales y que nos están llevando a un abismo de enfrentamientos sin finales felices?

 

     Despertemos pues para preocuparnos por el bienestar de las personas sin importarnos razas, orígenes, creencias o situación socioeconómica. Despertemos también para mostrar compasión y empatía por otros seres humanos. Despertemos para cuidar el planeta y nuestro entorno con el mismo esmero que hacemos con la casa donde habitamos.

 

     Pero necesitaremos algo más que estar despiertos: habrá que cuidarse de quienes cada comentario que vierten es un virus generador de odio al diferente, de desconfianza ante la que viene de fuera y de miedo al que tiene valores inclusivos. Habrá que desterrar la mentira, desenmascarar a quienes anteponen la superchería a la ciencia, a quienes creen ser un pueblo elegido por divinidades, a quienes tienen una vara de medir bien distinta para sí mismos y para los demás.

 

     Algunos hemos dejado de leer los comentarios a las noticias en redes sociales. No hay titular llamativo que no tenga al minuto medio centenar de comentarios cargados de machismo, racismo, xenofobia, aporofobia o apología del nazismo y esperpentos similares. Ante tanto malismo y tanta posverdad me quedo con la frase de Jane Fonda: “Woke significa que te preocupas de otros seres humanos”. No es difícil, basta con ser persona.

 

Publicado en HOY el 1 de octubre de 2025

 


 

17 septiembre, 2025

En su justa medida

     En algunos pueblos se conserva todavía, junto a las plazas en las que se celebraban los mercados, un surco esculpido en la piedra de algún capitel y que indicaba la justa medida de la vara con la que luego habrían de cortarse telas, paños y lienzos. Una vez que el sistema métrico decimal se impuso en buena parte del planeta, ya nada de esto es necesario y hoy te sacan una especie de rayo láser del bolsillo y te calculan todo al milímetro en un santiamén.      

     Uno no deja de sorprenderse ante la disparidad de criterios que se usan para justificar como “legítimas defensas” aquello por lo que se tiene una mayor simpatía, mientras que se minimizan los sufrimientos y padecimientos de aquellos sobre los que ya se tienen labrados enormes prejuicios y desprecios. Me temo que donde hay poca justicia es gran peligro tener razón y que allí donde se desconoce el significado del adjetivo ecuánime es difícil que emane nada parecido a la justicia.

     Las protestas ciudadanas por la participación de un equipo israelí en la Vuelta a España han desatado polémicas de todo tipo. No es la primera vez que el deporte de alta competición se encuentra ante la tesitura de no mirar la realidad y hacer como si lo que ocurre en el mundo es ajeno al deporte. En México 68 vimos a los atletas del black power levantar su puño negro desde el pódium, en 1972 hubo un atentado terrorista a la delegación de Israel en los juegos de Múnich, y en 1976 muchos países africanos no acudieron a Montreal por la presencia de Nueva Zelanda, cuyo equipo de rugby había realizado una gira por la Suráfrica racista que tenía entre rejas a Nelson Mandela.

     Ha habido, sin embargo, otros momentos en los que sí se tomaron medidas para castigar a deportistas o selecciones de países involucrados en agresiones o graves violaciones de Derechos Humanos: Yugoslavia fue expulsada de la Eurocopa de 1992 y Rusia y sus equipos fueron apartados de las competiciones tras su agresión a Ucrania, una sanción que todavía está vigente. Entonces, ¿por qué motivo hay un equipo israelí, cuyo dueño es un defensor acérrimo de Netanyahu, pedaleando como si este fuera un caso diferente?

     Me pregunto dónde está la vara de medir para que una invasión deje en fuera de juego a todos los atletas de un país y un genocidio en toda regla, perfectamente descrito e investigado por organismos e instituciones neutrales, participe sin rubor alguno, como si 66.000 muertes palestinas no valieran nada, como si 18.000 niñas y niños fueran culpables de algo, como si 1.600 trabajadores de la sanidad, 320 trabajadores de la UNRWA y 250 periodistas hubieran merecido sus muertes violentas.

     La vuelta acabó, ganó el danés Vingegaard y para el año que viene ya están pensando si Israel debe participar en Eurovisión o se debe boicotear el concurso en caso de que permanezca. Pero que no nos despisten con miserables polémicas sobre una prueba ciclista suspendida o un concurso de canciones, porque lo único urgente es parar el genocidio, que no quede impune y que sus responsables sean castigados en su justa medida.

Publicado en el diario HOY el 17 de septiembre de 2025




03 septiembre, 2025

Brazos abiertos

 

Me he acordado muchas veces de la portada de este periódico de hace 10 años. Aquel 3 de septiembre de 2015 había una fotografía con un titular de letras blancas sobre fondo negro con la palabra vergüenza y en la imagen un muchacho de tres años, con camiseta roja y pantalón azul, calzando todavía unos zapatitos y con su cara sobre la arena mojada de una playa turca.

El niño dio la vuelta al mundo e hizo llorar a cualquier ser humano con un mínimo de sensibilidad. Tardamos en conocer su nombre y dos meses más tarde, mientras nos manifestábamos contra los terribles atentados de la sala Bataclan en París, casi nadie supo acertar el nombre de la criatura en una rápida encuesta improvisada.

El lunes pude ver un vídeo en el que participaban la directora de programas de Unicef España, Lara Contreras, y el fundador de Open Arms, Óscar Camps. Recordaron que la foto de Aylan no cambió nada en el fondo, que los ataques aislados de solidaridad impulsiva para que los refugiados sirios no se ahogaran en el mar se diluyeron como un azucarillo en una taza de té hirviendo. Ambos insisten en que cada mañana nos desayunamos con un niño o una niña como Aylan, pero de los que no tenemos fotografía que nos haga sentir el horror, no sabemos cómo se llaman, a qué escuela iban o cuáles eran sus sueños.

He dejado de prestar atención a las indecencias que pronuncian algunos líderes políticos sobre estos temas, tan sangrantes y tan dolorosos, porque al odio no se le puede combatir con más odio. Cuenta Óscar Camps que la imagen de Aylan le llevó a fundar una organización con los brazos abiertos para intentar salvar a quienes huyen de la muerte, y que él en Aylan no veía a un niño, sino que veía a su propio hijo. Ahí está quizá la gran diferencia ante lo que ocurre en Gaza: unos son capaces de ver a un niño famélico como a un familiar y otros, demasiados quizás, han decidido optar por el camino contrario: en lugar de sentir compasión por alguien del género humano acaban por deshumanizarlos como si fueran los animales más indeseables.

El viernes pasado un importante líder político nacional afirmaba que era necesario hundir el barco de Open Arms. No sé si hay ya algún fiscal o juez abriendo un caso de posible apología de la violencia, porque hay quien sí ha pisado los calabozos por palabras muchísimo más leves que lo que encierra ese deseo de muerte y destrucción de seres humanos por motivos de raza, religión, origen o color de piel.

Quiero pensar que todavía somos mayoría los que estamos dispuestos a abrir los brazos y la mente, para acallar a los que solo les enseñaron el odio y la avaricia. Aylan se apellidaba Kurdi y su caso no difiere de los 18.000 niños que han muerto a 800 km de aquella playa turca, en lo que hoy son las ruinas de Gaza. Aylan ablandó los corazones un par de meses, las criaturas de Gaza siguen siendo aniquiladas sin que nadie persiga a los malhechores que perpetran este genocidio o lo consienten de forma infame.

Publicado en el diario HOY el 3 de septiembre de 2025

 


 

 

 

20 agosto, 2025

Periferias

   No sé en qué momento de la historia lo céntrico pasó a ser casi lo único importante y lo periférico aquello de lo que uno puede desprenderse o incluso olvidar por completo, ya que lo que no está en el meollo pasa a ser poco menos que prescindible. No siempre lo periférico tiene que tener una posición central en los mapas, como bien saben esos países cuyas capitales políticas son mucho más pequeñas que los auténticos centros económicos de poder y decisión.

     Ahora que casi creemos que tenemos todo al alcance de la mano, que da igual el lugar en el que habites o en el que trabajes porque todo lo encontramos haciendo click, nos convendría abandonar la contemplación del propio ombligo y descubrir nuestras periferias, aquello que está un poco más alejado de nuestros trayectos cotidianos, que quizá llegamos a verlos físicamente pero que no los miramos y, en más de una ocasión, incluso apartamos la vista. ¿Quién no cambia de canal ante una imagen de sufrimiento? ¿Quién no cruza la acera para alejarse de quien mendiga?

    

     Pero Periferias es también el nombre de un festival que desde 2013 se encarga de regar las zonas rayanas de Extremadura y Portugal con cine, música y cultura durante los días de verano. En principio podía parecer poco novedoso en una región llena de ferias rayanas, festivales ibéricos de música y de cine, muestras ibéricas de artes escénicas, museos importantes volcados en dar a conocer todo lo iberoamericano y eventos que conjugan patrimonios universales inmateriales como el flamenco o el fado. Lo peculiar de este Periferias, que se gesta entre Marvão y Valencia de Alcántara, es que entreteje con su hilo de Ariadna también la defensa de todos los derechos humanos, del medio ambiente, del arte y el cine al aire libre y en lugares únicos.

 

     En su última edición han recordado a Manuel Vital El 47 en Valencia de AlcántaraUna quinta portuguesa en La Fontañera, con la pantalla en España y las sillas del público en Portugal; la impactante Historia de Souleymane sobre los raíles de la estación de Beirã-Marvão o el documental Beira recorriendo el río Uruguay, hablando en español y en portugués en cada una de sus márgenes, como en algunos de nuestros ríos, y sobre los que se siguen tendiendo puentes entrañables de diálogo que han merecido una mención especial del jurado.

    

     Este año el premio ha sido para La niña de la cabra, de Ana Asensio, con una historia ambientada en un barrio periférico del Madrid de finales de los 80. Elena y Serezade no han cumplido ocho años y entablan una amistad espontánea y sincera, esa que surge de forma natural entre quienes todavía no se han contagiado de ese virus que en español llamamos “prejuicio” y en portugués “preconceito”. Hoy, cuando el racismo y la xenofobia amenazan con convertirse en pandemia, necesitamos acercarnos más a todas las periferias, atravesar las fronteras, llenar de vida los pueblos que van envejeciendo y perdiendo población. Por cierto: no escatimen un céntimo en prevenir los desastres porque curarlos es siempre más caro y doloroso, como hemos visto durante toda esta semana de fuego y destrucción. 


Publicado en el diario HOY el 20 de agosto de 2025

 





06 agosto, 2025

¿Dónde estabas entonces?


El año que viene se cumplirán ya 40 años desde que Quimi Portet y Manolo García compusieran una mítica canción que definía las barras de bar como vertederos de amor. Hacía tiempo que no la escuchaba, fui a buscar la letra tecleando  las tres primeras palabras de la canción y me di cuenta de que no eran el título. La he vuelto a escuchar después de mucho tiempo, mientras en la televisión estaba sintonizado un canal de esos que están día y noche dando noticias, y me parecía que la letra contenía trazas inconexas de actualidad: nadie es mejor que nadie, si lloré ante tu puerta de nada sirvió, os enseñé mi trocito peor, me siento hoy como un halcón o me quiero defender.

Dentro de dos meses y un día se cumplirán dos años de los injustificables ataques de Hamas que se llevaron por delante a 1200 personas en el sur de Israel y capturaron  a más de 200 rehenes. Desde entonces Netanyahu ha ido respondiendo a ese ataque con un auténtico plan genocidaque pretende exterminar a toda la población gazatí, ya sea con bombas o por medio del hambre e impidiendo la llegada de ayuda humanitaria. 

Son casi dos años en los que hay más de 60.000 muertos entre los que no se hace ningún tipo de distinción: se destruye y se aniquila sin mirar si son adultos o bebés, si son palestinos famélicos, médicos europeos, cooperantes de todos los continentes, ancianos inermes o enfermos entre ruinas de lo que fueron hospitales.

Me pregunto cómo veremos todo esto cuando pase un tiempo, cuando tengamos perspectiva. Tras la segunda guerra mundial en Alemania repitieron hasta la saciedad el nie wieder”, nunca más. Muchos se preguntaron cómo se había llegado hasta el punto de permanecer como meros espectadores de un intento de aniquilación de todos los judíos. Aquel intento de genocidio se repite y el gobierno que dice representar a las víctimas de aquel holocausto es ahora el victimario de un proceso que no es un calco exacto porque se han cambiado las cámaras de gas por bombas y bloqueos de ayuda humanitaria para matar de hambre.

¿Dónde estabas entonces? Es la pregunta que muchos se hicieron entonces y hoy deberíamos preguntarnos, sin excepciones, dónde estamos ahora. ¿Es nuestro silencio y actitud una forma de decir que nos parece bien el genocidio? ¿Nadie es mejor que nadie o son los palestinos peores que los israelitas? ¿Servirá llorar antes las puertas de todas las instituciones? ¿Nos ha enseñado ya Netanyahu su trocito peor o alberga todavía más crueldad? ¿Estamos del lado de los halcones o tenemos herramientas para defender a los más débiles y desprotegidos en este dantesco escenario en el que se ha convertido la Franja de Gaza? 

Este último intento de borrar a la población palestina de los mapas aparecerá pronto en los libros de Historia. Nuestras nietas y nietos nos preguntarán cómo pudimos permitirlo, qué hacíamos para mostrar nuestra solidaridad con las víctimas, de qué manera intentábamos convencer a quienes vivían a nuestro lado y justificaban el genocidio, cuál era nuestra estrategia para que lo humano venciera a la violencia. ¿Dónde estamos ahora?


Publicado en el diario HOY el 6 de agosto de 2025






23 julio, 2025

¿De dónde eres?

 Los seres vivos que tienen capacidad para trasladarse no son como los vegetales, que salvo que haya algún trasplante siempre nacen, crecen y mueren en un mismo lugar. En Extremadura sabemos que cada año nos visitan unas grullas que causan admiración en la gente que ama la ornitología. Son aves de paso que vienen buscando un clima más cálido al llegar el invierno escandinavo y que regresan cuando aquí suenan las chicharras.

    

     La historia de la fauna y de la humanidad va unida a movimientos migratorios, ya sean de larga distancia o regionales. Imagino que cuando uno deja el lugar en el que nació para vivir o sobrevivir en otro lugar lo hace por un mero instinto de supervivencia. Desde Europa también fuimos a otras tierras a descubrir otros mundos en los que encontramos otros seres humanos y creemos que fuimos incluso un ejemplo de integración. ¿Aprendimos sus lenguas? ¿No les impusimos nuestras creencias? ¿No nos dedicamos a robar ni esquilmar sus recursos naturales? ¿No les esclavizamos?

 

     Pasaron los años y desde la Península Ibérica tuvimos que seguir emigrando para sobrevivir: en Francia o Luxemburgo puedes encontrar hoy apellidos portugueses muy fácilmente y en Extremadura conocemos lo que fue la diáspora hacia zonas industriales que requerían mano de obra, ya fuera en Madrid, Cataluña o País Vasco, o en aquella Alemania de posguerra que necesitaba manos, aunque la primera generación no llegó a aprender el idioma ni las costumbres locales.

 

     Ahora parece que todos los problemas que padecemos aquí los trae alguna gente que viene de fuera. Si son ricos, altos, rubios y se tiran a la piscina desde un balcón no nos importan tanto. Si son demasiado morenos, pobres, viven hacinados en pisos-patera porque nadie les alquila nada, practican religiones distintas a “la única verdadera” y realizan trabajos imprescindibles que los aborígenes ya rechazamos, saltan los más descerebrados de la clase a culparles de todos los males habidos y por haber. Cuando uno de ellos comete un delito, la masa de seguidores del neofascismo racista mete a todos en el mismo saco. Me temo que los que tanto defienden la pureza cristiana de Europa no han leído ni dos líneas de la encíclica Fratelli Tutti publicada en el año 2000.

 

     Y tú, ¿de dónde eres? ¿Estás seguro de que eres descendiente directo de Viriato o de la pintora de la cueva de Maltravieso? ¿No tienes tu sangre “manchada” por algún fenicio, griego, romano, bárbaro, aftasí o nazarí? ¿Sabes si alguno de tus bisabuelos también tuvo que emigrar y sufrir discriminación? ¿Tienes algún amigo de piel oscura y te ha contado cuántas veces le piden la documentación mientras que tú no recuerdas la última vez que te ocurrió? ¿Te gustaría que el delito cometido por alguien de tu barrio os señalara al resto de vecinos como criminales?

 

    


Hace años vi una pintada a las puertas de una oficina de extranjería: “Reniego de los humanos, solicito un pasaporte de pájaro”. Cuando se pregunta de dónde eres se puede hacer de dos formas distintas: con el tono de “vete de aquí” o del “qué bueno que viniste”. Solo la última es digna del género humano.


Publicado en el diario HOY el 23 de julio de 2025


Guillermo

En octubre de 1990 me matriculé en la Escuela Idiomas para profundizar lo que sabía de alguna lengua y empezar con otras. En la clase de pr...