En octubre de 1990 me matriculé en la Escuela Idiomas para
profundizar lo que sabía de alguna lengua y empezar con otras. En la clase de
primero de francés todo el mundo sabía algo de la lengua de Molière y era el
único que empezaba de cero. Me sentaba atrás y de vez en cuando se ponía a mi
lado un joven, que a veces venía con chaqueta y corbata, y que colocaba sobre
la mesa un aparatito con una pequeña pantalla en la que se leían mensajes
Yo sabía qué era ese aparatito porque mi hermana tenía uno para avisarle de cualquier urgencia para su trabajo de periodista en la televisión. Al año siguiente ya no vino a clase y cuatro años después, tras todo el jaleo de Matías Ramos y la dimisión de Manuel Rojas en el Ayuntamiento de Badajoz, vi una noticia en HOY (un viernes 29 de julio y firmada por Antonio Tinoco) donde se apuntaba que Ibarra había ofrecido ser candidato a la alcaldía de Badajoz a Fernández Vara.
Fue entonces cuando descubrí que aquel "busca" (así se llamaba el aparatito) no era de un periodista sino de un forense. Cuando era Consejero de Bienestar social nos recibió a las compañeras y compañeros de Amnistía Internacional en Extremadura para hablarle de un programa de Defensores de los Derechos Humanos, aunque había coincido con él un 29 de diciembre de 1997 en el Tribunal Superior de Justicia de Extremadura, donde se juzgaba al entonces diputado de IU José Antonio González Frutos por un delito de insumisión, del que fue absuelto.
Luego fue investido presidente de la Junta, acabamos trabajando en el mismo edificio unos cuantos años y siempre fue una persona amable en el más amplio sentido de la palabra. Mentiría si dijera que mi manera de pensar coincidía siempre con la suya: en muchas cosas mi punto de vista era diferente, pero me remitía a contarlo cada semana o quincena en un periódico y ya está: algunos no fuimos nunca partidarios de refinerías, ni de alargar la vida de las nucleares, ni de hacer normativas a medida por si alguien quería montar un casino en medio de la Siberia extremeña, ni muchas cosas más que ahora no consigo enumerar. Pero tenía un talante diferente al de su antecesor y, probablemente, al de muchos de sus sucesores. Siempre fue de los de dialogar y tender la mano, del respeto en las formas, de rehuir de los zascas y polémicas desabridas como las que tanto se llevan hoy en día.
Aprobé primero de francés, segundo de francés con mi admirado Jesús (había sido el director de mi instituto en COU) y ya no pude terminar 3º con Lola, otra magnífica profesora. Como en la canción de Aute "volví a llegar tarde a la clase de francés" y tardé en saber quién era
aquel Guillermo, a qué se dedicaba y por qué tenía un busca sobre el pupitre. Me reafirmo en mi columna de la semana pasada: la política necesita de gente buena y Guillermo, con sus ideas, lo fue.