12 noviembre, 2025

Memorias y desememorias

Creo que fue en 2004 cuando se estrenó la película Roma, la que dirigió Adolfo Aristarain y con José Sacristán, Juan Diego Botto y Susú Percoraro como protagonistas. De ella se me quedó grabada una escena en la que la protagonista afirmaba algo parecido a que los seres queridos, los que se nos van físicamente, permanecen de alguna manera mientras haya quien se acuerde de ellos. No cabe duda de que tener memoria es una virtud que no debiera tener detractores de ningún tipo, de ahí que no se acabe de entender el interés de los más retrógrados en que ya no se hable más de quienes están en las cunetas y sí de quienes ganaron batallas (algunas inexistentes) durante el medievo.

 

Nuestros antepasados también decidieron escribir lo que había ocurrido para que aquellos hechos y personajes destacados pudieran ser rememorados posteriormente: si no fuera por Tucídides quizá no sabríamos casi nada de la guerra del Peloponeso y gracias a Tito Livio nos hacemos una idea de lo que fue Roma desde la fundación de la ciudad. No hay discurso grandilocuente que no acabe mencionando aquella advertencia para los pueblos que ignoran su pasado y que estarán condenados a repetirla. La frase vuelve a estar de moda desde hace ya varios años en Europa y otros lugares del planeta, porque se viene reproduciendo un calco de lo ocurrido en la misma década del siglo XX. Así que no estaría de más desempolvar los libros escritos por historiadoras e historiadores de verdad y repasar todas las tragedias de aquellos años, con sus causas y sus consecuencias.

 

Si creemos que cultivando la desmemoria seremos más felices, estaremos cometiendo un craso error: la desmemoria es una enfermedad silenciosa, de las que comienzan por no causar ningún dolor pero que van minando los cuerpos hasta que ya no hay manera curar. Ojalá no nos encontremos en ese momento aciago de estar incubando, nuevamente, un mal del que conocemos todas sus consecuencias porque están más que documentadas y sobre ellas hay literatura, cine y arte que nos las han plasmado de mil maneras. Si hoy tenemos un importante porcentaje de adolescentes varones que frivolizan con regímenes dictatoriales de corte fascista, quizá no sea solo por una pérdida de memoria sino por no haber llegado nunca a conocer las terribles consecuencias humanas y sociales que trajeron todos aquellos regímenes en los que el racismo, la discriminación y la aniquilación de todas las libertades camparon a sus anchas.

 

En 2004, el mismo año en que se estrenó la Roma de Aristarain, publicó Ángel Campos Pámpano su Semilla en la nieve, con aquellos dos versos que se te quedaban agarrados al alma. Han pasado ya dos décadas desde entonces, nos podrán derogar mil leyes de memoria e incluso declarar la desmemoria como norma de obligado cumplimiento, pero será imposible que la amnesia colectiva se convierta en una nueva pandemia, porque aquel “mientras pueda pensarte, no habrá olvido” se acabará reescribiendo en el viento, se descubrirá la verdad, se hará justicia, se reparará el daño causado y se lograrán garantías para que no se repita nunca jamás.
 






29 octubre, 2025

Riadas y catástrofes

Cruzo el Guadiana casi todos los días y desde hace algún tiempo apenas corre el agua en su tramo urbano de Badajoz. No es la primera vez que vemos así el cauce, porque recuerdo aquella sequía de 1995 en la que se podía atravesar de lado a lado sin mojarse los zapatos ni mancharse de barro. Entonces estuvimos a punto de sufrir restricciones y hasta se barajó un corte del suministro nocturno entre la medianoche y el amanecer, para evitar que se perdiera tanta agua en una red de tuberías que, al menos por entonces, tenía grietas por las que se filtraban muchos metros cúbicos.

Tardó en superarse aquella sequía y mi padre nos dijo que había escuchado en la radio que no solo se acabaría, sino que la misma gente que había participado en tantas rogativas de lluvia acabaría pidiendo al cielo que escampara. Y en la noche del 7 de noviembre de 1997 todo se hizo oscuro, los rayos iluminaban todo y los truenos no tenían fin. Amanecimos sin teléfonos para comunicar a nuestros familiares que estábamos bien, mientras nos enterábamos que más de una veintena de personas habían muerto en Badajoz y en Valverde de Leganés.

En un par de semanas se cumplirán 28 años de aquella tragedia y mañana hará un año de la que se llevó a más de 229 personas en tierras valencianas y en la localidad albaceteña de Letur. Importa poco quiénes vayan a asistir a los actos en recuerdo de la tragedia, que no servirán para aliviar ni un gramo de pena a quienes perdieron a sus seres queridos y vieron llenarse hogares, fábricas, tiendas y escuelas con aguas desbordadas, cañas y barro. 

Imagino que sería muy bueno esclarecer responsabilidades y castigar las negligencias, pero hay cosas más importantes: intentar reconstruir todo lo arrasado por las riadas, a sabiendas de que las vidas perdidas no regresarán y que el trauma perseguirá a los supervivientes durante mucho tiempo. En cualquier caso, todavía hay algo mucho más prioritario: comenzar el lento y largo camino de revertir las causas de todas estas catástrofes que antes llamábamos naturales. Hoy hay ciencia, datos e investigaciones suficientes para afirmar que episodios como los vividos hace un año en Valencia o en Alemania y el centro de Europa hace tres años tienen unos responsables que, como ocurre con algunos premios de lotería, suelen estar muy repartidos. Cada vez que un estúpido con micrófono se ríe del cambio climático y niega su existencia, cada vez que un político iletrado se mofa de los objetivos de desarrollo sostenible (ODS) sin haber logrado realizar una lectura comprensiva de los mismos, se está comprando números para el sorteo de las próximas catástrofes: con más víctimas, con más destrozos y con más sufrimiento.

Ayer comenzaron los trabajos para limpiar el cauce del Guadiana a su paso por Badajoz, que no sé si el adelanto electoral acabará posponiendo. Mientras enfilamos el fin de año gastando tanto papel inútil como se gasta en España en cada comicio electoral, quizá haya llegado el momento de tomarse en serio que evitar las catástrofes del futuro requieren hoy un trabajo imprescindible que solo verán, con mucha suerte, nuestros nietos.

 Publicado en el diario HOY el 29 de octubre de 2025

 




 

15 octubre, 2025

Verdad, justicia, reparación

Escribió Tito Livio que es mejor y más seguro lograr una paz cierta que una victoria esperada. Un consejo muy sensato pero que no les gusta nada a los lobos de Wall Street y de otras calles similares del mundo, esos para los que el triunfo y el éxito se puede y se debe conseguir aplastando a los demás sin ningún miramiento.

 

Bienvenida sea la paz y todas las que se firmen en cualquier rincón del mundo, porque una mañana sin ruido de tanques, aviones a reacción o cañonazos es el mejor deseo que las personas normales queremos para el resto de congéneres que habitan el planeta. Lamentablemente, junto a nosotros también conviven quienes siente pasión por el género bélico, ya sea porque creen que siempre saldrán vencedores y con medallas en el pecho o porque se aprovechan de los pingües dividendos de un sector tan pujante como es el del armamento.

 

Las imágenes de esa puesta en escena de la paz en Oriente Medio que nos retransmitieron el pasado lunes podrán ser un soplo de esperanza para muchas personas, especialmente para quienes no tengan memoria o no sepan casi nada de lo ocurrido en esas tierras en los últimos 80 años. Son muchas las veces que la llamada Comunidad Internacional juró ponerse manos a la obra para pagar esa deuda histórica con la población palestina, que empieza a equipararse con la deuda que muchas naciones tienen en su debe por las numerosas expulsiones, destierros e intentos de genocidio hacia el pueblo judío durante tantos siglos.

 

Sin embargo, no se nos pueden pasar tres palabras por alto a la hora de resolver cualquier grave violación de los Derechos Humanos. La primera de ellas es la verdad: lo ocurrido en Gaza desde octubre de 2023 necesitamos que sea conocido, algo que ha sido imposible por la prohibición de Netanyahu a que la prensa libre e independiente fuera testigo de lo que allí pasaba. La segunda palabra es justicia: los ataques genocidas a la población de Gaza, incluyendo algo tan salvaje como impedir que llegara la más básica de las ayudas humanitarias, no pueden acabar como si tal cosa, porque legitimaría que mañana se utilice esa arma de destrucción masiva que no tiene gatillos ni metralla. Si tras la segunda Guerra Mundial fue imprescindible juzgar en Núremberg a los responsables del holocausto, lo de Gaza necesitará también un proceso en el que se depuren graves delitos de lesa humanidad.

 

La tercera palabra es la reparación. De poco le servirán la verdad y la justicia a la diezmada, famélica y herida población palestina si el Estado de Israel no repone, como mínimo, las condiciones de vida existentes en esa franja hace dos años. Camp David en 1978 o Madrid en 1991 fueron dos de esos ejemplos en los que no se hizo justicia con la población civil palestina. Si Gaza acaba siendo un campo de golf para Trump y no un hogar digno para la población palestina significará que lo de anteayer fue la penúltima puñalada a una gente que no merece ni tanta crueldad de Israel, ni tanto desprecio de tantos dirigentes mundiales, europeos y locales.

Publicado en el diario HOY el 15 de octubre de 2025 


 


05 octubre, 2025

Guillermo

En octubre de 1990 me matriculé en la Escuela Idiomas para profundizar lo que sabía de alguna lengua y empezar con otras. En la clase de primero de francés todo el mundo sabía algo de la lengua de Molière y era el único que empezaba de cero. Me sentaba atrás y de vez en cuando se ponía a mi lado un joven, que a veces venía con chaqueta y corbata, y que colocaba sobre la mesa un aparatito con una pequeña pantalla en la que se leían mensajes

Yo sabía qué era ese aparatito porque mi hermana tenía uno para avisarle de cualquier urgencia para su trabajo de periodista en la televisión. Al año siguiente ya no vino a clase y cuatro años después, tras todo el jaleo de Matías Ramos y la dimisión de Manuel Rojas en el Ayuntamiento de Badajoz, vi una noticia en HOY (un viernes 29 de julio y firmada por Antonio Tinoco) donde se apuntaba que Ibarra había ofrecido ser candidato a la alcaldía de Badajoz a Fernández Vara. 

Fue entonces cuando descubrí que aquel "busca" (así se llamaba el aparatito) no era de un periodista sino de un forense. Cuando era Consejero de Bienestar social nos recibió a las compañeras y compañeros de Amnistía Internacional en Extremadura para hablarle de un programa de Defensores de los Derechos Humanos, aunque había coincido con él un 29 de diciembre de 1997 en el Tribunal Superior de Justicia de Extremadura, donde se juzgaba al entonces diputado de IU José Antonio González Frutos por un delito de insumisión, del que fue absuelto.

Luego fue investido presidente de la Junta, acabamos trabajando en el mismo edificio unos cuantos años y siempre fue una persona amable en el más amplio sentido de la palabra. Mentiría si dijera que mi manera de pensar coincidía siempre con la suya: en muchas cosas mi punto de vista era diferente, pero me remitía a contarlo cada semana o quincena en un periódico y ya está: algunos no fuimos nunca partidarios de refinerías, ni de alargar la vida de las nucleares, ni de hacer normativas a medida por si alguien quería montar un casino en medio de la Siberia extremeña, ni muchas cosas más que ahora no consigo enumerar. Pero tenía un talante diferente al de su antecesor y, probablemente, al de muchos de sus sucesores. Siempre fue de los de dialogar y tender la mano, del respeto en las formas, de rehuir de los zascas y polémicas desabridas como las que tanto se llevan hoy en día.

Aprobé primero de francés,  segundo de francés con mi admirado Jesús (había sido el director de mi instituto en COU) y ya no pude terminar 3º con Lola, otra magnífica profesora. Como en la canción de Aute "volví a llegar tarde a la clase de francés" y tardé en saber quién era aquel Guillermo, a qué se dedicaba y por qué tenía un busca sobre el pupitre. Me reafirmo en mi columna de la semana pasada: la política necesita de gente buena y Guillermo, con sus ideas, lo fue.

01 octubre, 2025

Woke, posverdades y malismo absoluto


  El diccionario inglés de Oxford fue noticia en 2017 tras incluir dos nuevos términos políticos en su actualización anual: woke, un vocablo que podríamos traducir literalmente como despierto y que había ido ampliando sus significados durante el siglo XX para aplicarse también a quienes sí son conscientes de todo aquello que les rodea o intentan informarse bien de lo que ocurre en el mundo que habitan.

 

  El otro término admitido en el famoso diccionario británico, y que llegaba con el título de palabra del año 2016 en Estados Unidos, era la tan nombrada posverdad, esa que nuestros académicos hispanos ya han definido como una distorsión deliberada de la realidad que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales.

 

     En más de una ocasión ha ocurrido que una palabra pasara con el tiempo a significar casi lo contrario, como le ocurrió al adjetivo “enervante”: comenzó como sinónimo de agotador, extenuante y hoy solo lo entendemos como aquello que nos saca de quicio. Pero para giro inesperado de guion y número estelar de los prestidigitadores de las palabras es lo que han conseguido quienes han tildado despectivamente como “ideología woke” a quienes propugnen equidad racial y social, a quienes defiendan la multiculturalidad, el activismo ecológico, el feminismo o incluso algo tan sensato como el uso de vacunas.

 

     En un tiempo en el que a las mentiras las llaman “hechos alternativos” y en el que tiene más seguidores el que lanza el insulto más soez y no tiene compasión alguna, quizá haya llegado el tiempo de despertar y de acabar con el absolutismo del mal y el imperio de la fuerza bruta frente a cualquier solución reflexionada y cabal. ¿Y si fuera la hora de anteponer la bondad a todo ese arsenal de adjetivos que disparan odio en redes sociales y que nos están llevando a un abismo de enfrentamientos sin finales felices?

 

     Despertemos pues para preocuparnos por el bienestar de las personas sin importarnos razas, orígenes, creencias o situación socioeconómica. Despertemos también para mostrar compasión y empatía por otros seres humanos. Despertemos para cuidar el planeta y nuestro entorno con el mismo esmero que hacemos con la casa donde habitamos.

 

     Pero necesitaremos algo más que estar despiertos: habrá que cuidarse de quienes cada comentario que vierten es un virus generador de odio al diferente, de desconfianza ante la que viene de fuera y de miedo al que tiene valores inclusivos. Habrá que desterrar la mentira, desenmascarar a quienes anteponen la superchería a la ciencia, a quienes creen ser un pueblo elegido por divinidades, a quienes tienen una vara de medir bien distinta para sí mismos y para los demás.

 

     Algunos hemos dejado de leer los comentarios a las noticias en redes sociales. No hay titular llamativo que no tenga al minuto medio centenar de comentarios cargados de machismo, racismo, xenofobia, aporofobia o apología del nazismo y esperpentos similares. Ante tanto malismo y tanta posverdad me quedo con la frase de Jane Fonda: “Woke significa que te preocupas de otros seres humanos”. No es difícil, basta con ser persona.

 

Publicado en HOY el 1 de octubre de 2025

 


 

17 septiembre, 2025

En su justa medida

     En algunos pueblos se conserva todavía, junto a las plazas en las que se celebraban los mercados, un surco esculpido en la piedra de algún capitel y que indicaba la justa medida de la vara con la que luego habrían de cortarse telas, paños y lienzos. Una vez que el sistema métrico decimal se impuso en buena parte del planeta, ya nada de esto es necesario y hoy te sacan una especie de rayo láser del bolsillo y te calculan todo al milímetro en un santiamén.      

     Uno no deja de sorprenderse ante la disparidad de criterios que se usan para justificar como “legítimas defensas” aquello por lo que se tiene una mayor simpatía, mientras que se minimizan los sufrimientos y padecimientos de aquellos sobre los que ya se tienen labrados enormes prejuicios y desprecios. Me temo que donde hay poca justicia es gran peligro tener razón y que allí donde se desconoce el significado del adjetivo ecuánime es difícil que emane nada parecido a la justicia.

     Las protestas ciudadanas por la participación de un equipo israelí en la Vuelta a España han desatado polémicas de todo tipo. No es la primera vez que el deporte de alta competición se encuentra ante la tesitura de no mirar la realidad y hacer como si lo que ocurre en el mundo es ajeno al deporte. En México 68 vimos a los atletas del black power levantar su puño negro desde el pódium, en 1972 hubo un atentado terrorista a la delegación de Israel en los juegos de Múnich, y en 1976 muchos países africanos no acudieron a Montreal por la presencia de Nueva Zelanda, cuyo equipo de rugby había realizado una gira por la Suráfrica racista que tenía entre rejas a Nelson Mandela.

     Ha habido, sin embargo, otros momentos en los que sí se tomaron medidas para castigar a deportistas o selecciones de países involucrados en agresiones o graves violaciones de Derechos Humanos: Yugoslavia fue expulsada de la Eurocopa de 1992 y Rusia y sus equipos fueron apartados de las competiciones tras su agresión a Ucrania, una sanción que todavía está vigente. Entonces, ¿por qué motivo hay un equipo israelí, cuyo dueño es un defensor acérrimo de Netanyahu, pedaleando como si este fuera un caso diferente?

     Me pregunto dónde está la vara de medir para que una invasión deje en fuera de juego a todos los atletas de un país y un genocidio en toda regla, perfectamente descrito e investigado por organismos e instituciones neutrales, participe sin rubor alguno, como si 66.000 muertes palestinas no valieran nada, como si 18.000 niñas y niños fueran culpables de algo, como si 1.600 trabajadores de la sanidad, 320 trabajadores de la UNRWA y 250 periodistas hubieran merecido sus muertes violentas.

     La vuelta acabó, ganó el danés Vingegaard y para el año que viene ya están pensando si Israel debe participar en Eurovisión o se debe boicotear el concurso en caso de que permanezca. Pero que no nos despisten con miserables polémicas sobre una prueba ciclista suspendida o un concurso de canciones, porque lo único urgente es parar el genocidio, que no quede impune y que sus responsables sean castigados en su justa medida.

Publicado en el diario HOY el 17 de septiembre de 2025




03 septiembre, 2025

Brazos abiertos

 

Me he acordado muchas veces de la portada de este periódico de hace 10 años. Aquel 3 de septiembre de 2015 había una fotografía con un titular de letras blancas sobre fondo negro con la palabra vergüenza y en la imagen un muchacho de tres años, con camiseta roja y pantalón azul, calzando todavía unos zapatitos y con su cara sobre la arena mojada de una playa turca.

El niño dio la vuelta al mundo e hizo llorar a cualquier ser humano con un mínimo de sensibilidad. Tardamos en conocer su nombre y dos meses más tarde, mientras nos manifestábamos contra los terribles atentados de la sala Bataclan en París, casi nadie supo acertar el nombre de la criatura en una rápida encuesta improvisada.

El lunes pude ver un vídeo en el que participaban la directora de programas de Unicef España, Lara Contreras, y el fundador de Open Arms, Óscar Camps. Recordaron que la foto de Aylan no cambió nada en el fondo, que los ataques aislados de solidaridad impulsiva para que los refugiados sirios no se ahogaran en el mar se diluyeron como un azucarillo en una taza de té hirviendo. Ambos insisten en que cada mañana nos desayunamos con un niño o una niña como Aylan, pero de los que no tenemos fotografía que nos haga sentir el horror, no sabemos cómo se llaman, a qué escuela iban o cuáles eran sus sueños.

He dejado de prestar atención a las indecencias que pronuncian algunos líderes políticos sobre estos temas, tan sangrantes y tan dolorosos, porque al odio no se le puede combatir con más odio. Cuenta Óscar Camps que la imagen de Aylan le llevó a fundar una organización con los brazos abiertos para intentar salvar a quienes huyen de la muerte, y que él en Aylan no veía a un niño, sino que veía a su propio hijo. Ahí está quizá la gran diferencia ante lo que ocurre en Gaza: unos son capaces de ver a un niño famélico como a un familiar y otros, demasiados quizás, han decidido optar por el camino contrario: en lugar de sentir compasión por alguien del género humano acaban por deshumanizarlos como si fueran los animales más indeseables.

El viernes pasado un importante líder político nacional afirmaba que era necesario hundir el barco de Open Arms. No sé si hay ya algún fiscal o juez abriendo un caso de posible apología de la violencia, porque hay quien sí ha pisado los calabozos por palabras muchísimo más leves que lo que encierra ese deseo de muerte y destrucción de seres humanos por motivos de raza, religión, origen o color de piel.

Quiero pensar que todavía somos mayoría los que estamos dispuestos a abrir los brazos y la mente, para acallar a los que solo les enseñaron el odio y la avaricia. Aylan se apellidaba Kurdi y su caso no difiere de los 18.000 niños que han muerto a 800 km de aquella playa turca, en lo que hoy son las ruinas de Gaza. Aylan ablandó los corazones un par de meses, las criaturas de Gaza siguen siendo aniquiladas sin que nadie persiga a los malhechores que perpetran este genocidio o lo consienten de forma infame.

Publicado en el diario HOY el 3 de septiembre de 2025

 


 

 

 

Memorias y desememorias

Creo que fue en 2004 cuando se estrenó la película Roma , la que dirigió Adolfo Aristarain y con José Sacristán, Juan Diego Botto y ...