19 marzo, 2025

Educar en sociedad

 

Hay muchas actividades y profesiones que son invisibles para la inmensa mayoría hasta que una noticia, normalmente triste y trágica, las coloca en las portadas de los periódicos y abriendo telediarios. La muerte en acto de servicio de una educadora social en Badajoz hace 10 días nos ha conmocionado a quienes vivimos cerca del lugar de los hechos y a quienes conocían a Belén, que trabajaba en una tarea que más de uno desconocía que existía.

 

Ahora que ha pasado más de una semana es momento de reflexionar sobre muchos asuntos sobre los que habrá que tomar medidas y decisiones. Belén ya había advertido de las condiciones en las que se encontraba, nadie ignoraba que podría ser objeto de agresiones por parte de los menores que vigilaba y las investigaciones acabarán por aclarar si fue una temeridad dejar sola a una única educadora ante menores que ya habían mostrado una gran violencia.

 

Desde que ocurrió el hecho fui siguiendo la información que daban los medios y los datos que Natalia Reigadas y otros periodistas nos iban detallando en la web de este periódico. También tuve tiempo de leer algunos foros donde se reclamaba conocer urgentemente la nacionalidad de los presuntos homicidas, como si ese fuera un dato imprescindible para poder generalizar comportamientos criminales a todos los compatriotas de quienes segaron la vida de Belén. ¿Sirve de algo meter en el mismo saco a todos los habitantes de las localidades extremeñas donde nacieron los presuntos homicidas? Pues apréndanlo para otra vez: el delito de una persona jamás convierte en criminales a sus familiares, a sus paisanos o a otra gente con el mismo color de piel.

 

Que no vuelva a ocurrir. Es la frase que más he leído y escuchado durante estos días. Si lo olvidamos todo hasta que llegue el juicio y los medios vuelvan a poner el foco, entonces sí que habremos caído en un grave error y en una afrenta a la memoria de Belén y a todos sus compañeros y compañeras, personas que se juegan literalmente la vida en cada jornada laboral y que necesitan que se conozca la verdad, se haga justicia y se repare el daño causado.

 

Es imprescindible que quienes se dedican a esta tarea tan complicada cuenten con el todo el apoyo necesario, tanto desde el punto de vista institucional como social, así como con las medidas de protección efectivas para que nadie vuelva a perder la vida en el trabajo de esta manera. La educación tiene muchos adjetivos y no creo que sobre ni uno solo. Quienes decidieron dedicarse a la tarea de educadores sociales necesitan de una sociedad que crea en la educación con mayúsculas, que no escatime en medios, porque cada euro invertido en las escuelas de hoy nos servirá para ir cerrando cárceles el día de mañana.

 

No nos olvidemos de Belén ni de sus colegas de profesión. Si en un par de años tenemos que volver a explicar qué hacen los educadores sociales, eso significará que no habremos hecho las tareas, que habremos ignorado lo importante que es educar en sociedad. Y otro día tendremos que repensar de qué manera atajamos tanta violencia. 

 

Publicado en el diario HOY el 19 de marzo de 2025




05 marzo, 2025

Diplomacia y gansterismo

Ignoraba cuántas acepciones tenía la palabra ‘diplomacia’ hasta que la busqué en el diccionario el pasado fin de semana. Además de algunas definiciones técnicas sobre asuntos de relaciones internacionales, los lexicógrafos nos han apuntado también una serie de sinónimos, afines y antónimos de la diplomacia sobre los que no dejo de pensar.


Las recientes imágenes de Zelenski en la Casa Blanca me han retrotraído a aquellos días de febrero de 2022, cuando todas las cadenas de televisión colocaban una bandera de Ucrania en una esquina de las pantallas. Incluso en los partidos de fútbol ponían los colores azul y amarillo junto al minuto de juego y el resultado, para que quien estuviera viendo su deporte favorito no perdiera conciencia de lo que estaba ocurriendo en esa zona de Europa. En algún edificio público también colocaron la enseña ucraniana en la puerta principal durante muchos meses, para que nadie olvidara los sufrimientos de aquel país. Sin embargo, no se hizo lo mismo con la bandera de las gentes de Palestina, que a pesar tantos ataques con tintes genocidas no han merecido la misma consideración simbólica.


El episodio de Trump y Vance acorralando a Zelenski se analizará en las escuelas diplomáticas como un antónimo de diplomacia. No hay nada parecido al “respeto”, a la “habilidad”, a la “delicadeza” o a las “buenas maneras”, esas palabras afines que encontré en el diccionario. La escena se parece más a la de una enésima secuela de El Padrino que a un encuentro entre dirigentes de dos estados soberanos.


¿Qué podemos esperar de un mundo en el que los mandatarios más poderosos tienen comportamientos muy parecidos a los del gansterismo y tan alejados de la diplomacia? Pues se lo pueden imaginar: nada bueno para casi nadie en el planeta, independientemente del lugar en el que se viva y las condiciones que se tengan. Trump y el trumpismo no avanzan solos, lo hacen con un apoyo económico y mediático descomunal y muy eficaz, porque consiste en convencer a una buena parte del electorado de que la culpa de no disfrutar de un buen empleo, de un salario decente o una vivienda digna la tienen gentes de otro color de piel, de otra lengua, de otra cultura y que todavía son más pobres y desdichados.


¿Era la diplomacia la panacea para lograr un mundo más justo y más humano? Pues ya sabemos que no. A lo largo de la historia la diplomacia ha fracasado en multitud de ocasiones aunque acabara guardando, relativamente, las formas. Ahora, sin embargo, ya hemos visto que el respeto, la habilidad y las buenas maneras propias de la diplomacia han desaparecido por completo del manual de instrucciones del trumpismo y que sus seguidores en todo el mundo (¡sí, también en Europa!) jalean más a quienes se comportan como matones de los bajos fondos. Europa se prepara para lo peor: para soportar la alianza de intereses entre dos sátrapas, poniendo al viejo continente como campo de batalla y con el estúpido aplauso de un alto porcentaje de europeos que creen que sus gansters favoritos son mejores que ese invento woke llamado diplomacia. Quizá esto sea lo más preocupante y doloroso.


Publicado en el diario HOY el 5 de marzo de 2025 



 

19 febrero, 2025

Momento crucial

Hemos abusado tanto de calificar todo como acontecimiento histórico, partido del siglo o mejor concierto de todos los tiempos, que estamos perdiendo nuestras capacidades colectivas para calibrar la importancia de cada momento en su justa medida. De joven cualquier novedad que te ocurre es un hito digno de ser recogido en las enciclopedias, aunque el tiempo te enseñe que no hay demasiadas cosas nuevas bajo el sol. 

La edad contemporánea, que parece que todavía no ha acabado, nos la tuvimos que aprender con sus invasiones, sus guerras, sus armisticios, sus tratados de paz, con congresos en Viena y conferencias en Yalta, pero a mediados del siglo XX el mundo sufrió una crisis de dimensiones incomparables: una guerra mundial con millones de muertos, genocidios y bombas atómicas para las que el planeta se intentó vacunar a posteriori, con el propósito de que lo ocurrido no volviera a acontecer jamás.

Y un 10 de diciembre de 1948 nació la Declaración Universal de los Derechos Humanos, con 30 artículos llenos de muy buenas intenciones y a las que uno solo puede oponerse si carece de un mínimo de sensibilidad, de empatía hacia quienes son diferentes o de cualquier sentido de la justicia. A lo largo de casi 80 años la Declaración ha sido vilipendiada por gobiernos de todos los colores, grupos armados y hasta por corporaciones con más poder que la inmensa mayoría de los Estados. Solo un reducido grupo de países podían parecer lugares donde esos Derechos Humanos fueran medianamente respetados y era Europa, con todos sus defectos, uno de esos territorios.

Sin embargo, durante las últimas semanas parece que se están poniendo en tela de juicio -y sin rubor- aquellos valores humanos universales que constituían el denominador común entre quienes sí creen en la civilización, frente a quienes apuestan por la barbarie. Y es precisamente en Europa, uno de esos pocos espacios que gozaban con cierto nivel de humanidad, donde avanzan a pasos agigantados los que creen más en la fuerza militar y económica que en cualquier otro principio. El nuevo gobierno estadounidense y sus valedores mediáticos y económicos están dispuestos a dictar un nuevo orden mundial en el que todo valga, en el que se perdonen los comportamientos genocidas, en el que se aniquile a todo un pueblo para construir un complejo turístico junto al Mediterráneo sobre el cementerio de miles de niñas y niños Palestinos.

Ya no disimulan nada y desmontarán todo el sistema de educación, sanidad y protección social que Europa levantó tras las II Guerra Mundial. Cuentan, además con millones de votantes europeos que aplauden las bravuconadas de Trump, que creen que nada grave les puede pasar y que Alice Weidel no es nada peligrosa, que es lo mismito que se pensaba de un tal Adolf en 1933.

El mundo en manos de Trump, Putin, Xi Jinping, Musk y Bezos no será un paraíso de libertad por muchas cañas que te tomes, ni un paraíso de justicia si quien la imparte obedece a este quinteto. ¿Seremos capaces de calibrar las consecuencias de todo esto? ¿Somos conscientes en Europa de lo que nos estamos jugando en estos momentos o somos incautos que nos lamentaremos de nuestra desidia?


Publicado en el diario HOY el 19 de febrero de 2025

 


 

05 febrero, 2025

Trump, segunda temporada

He repasado los periódicos de hace ocho años, cuando Trump llegó por primera vez a la Casa Blanca y este mundo se llenaba de incertidumbres. En aquel momento las ultraderechas del mundo apenas contaban con el húngaro Orban en el poder y con un Frente Nacional galo que, aunque llevaba años ganando adeptos, todavía tenía en frente a todos los partidos democráticos franceses.

La segunda temporada de trumpismo ha llegado ya a la mitad de estos nuevos años 20, que no creo que vayan a ser tan felices como los del siglo pasado, aquellos que acabarían en la gran depresión de 1929. Después de aquel triunfo de Trump llegaría Bolsonaro a Brasil, hoy tenemos ya a una neofascista como primera ministra italiana y a un partido casi neonazi amenazando con volver a manejar sus hilos desde Berlín. Todos estos avances de la ultraderecha en países como Argentina, o la irrupción de nutridos grupos parlamentarios xenófobos en casi todas las cámaras legislativas europeas no habrían sido posibles si no se hubiera permitido que se instalase en nuestras vidas, con toda la naturalidad del mundo, una red perfectamente diseñada para fabricar mentiras y falsedades, para atemorizar a quienes menos información tienen con titulares llamativos y para crear chivos expiatorios fáciles de odiar.

¿Es inevitable la llegada a tantos países democráticos de gobiernos claramente xenófobos, autoritarios y enemigos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos? Pues quizá llegamos un poco tarde, porque cada vez se extienden más los bulos y mentiras prefabricadas que no tienen más objetivo que inyectar adrenalina patriótica entre la gente más visceral y menos reflexiva. Hace diez días pude leer en estas páginas una descripción dantesca sacada de una novela de Jean Raspail, que imagino será ya el libro de cabecera para todos los irradiadores del trumpismo porque lo citaba Steve Bannon cada dos por tres. Me estremecía de aquel texto que en una región como Extremadura, que pierde población año tras año, haya quien se preocupe por 50 jóvenes llegados en cayuco y a quienes se ha cedido un simple espacio de refugio. Si jugaran bien al fútbol serían nuestros héroes nacionales, pero solo son jóvenes que huyen de la muerte, como hacen los rubios de la serie “Familias como la nuestra”, la que cuenta las desventuras de los ricos daneses que buscan auxilio ante el hundimiento de su país en el mar.

La testosterona visceral e irreflexiva está tomando posiciones en los puestos de mando del planeta. La pena es que, en lugar de imaginar un mundo habitable en el que nos salvemos todos, no hacen más que gritar eso de sálvese quien pueda. Ya no está de moda pensar cada movimiento y sus consecuencias, como haría una buena jugadora de ajedrez, y los mandamases han decidido calzarse unos guantes y empezar a repartir tortas sin ton ni son, con el aplauso enfervorecido de quien no ve más allá de su nariz. Las ideologías de extrema derecha de hoy se cimientan en lo mismo que hace cien años: en que no todos los seres humanos deben ser libres e iguales. De esto va la segunda temporada de Trump, así que esperemos un giro de guion.




22 enero, 2025

Recordar, celebrar, conmemorar

El viernes nos recordaba César Rina en estas páginas que en Portugal se había conmemorado el medio siglo transcurrido desde aquel mítico 25 de abril. Aquí hemos comenzado el año tratando de celebrar algo similar, intentando creer que las dos democracias peninsulares nacieron el mismo día y que nadie nos gana en trienios de libertad. Recordar no es complicado porque se trata simplemente de pasar a tener en la mente algo del pasado, que puede ser un nacimiento, una boda o una defunción. Todo es susceptible de ser recordado y, en principio, nos puede servir para evocar felicidad o lamentar la desventura de otros tiempos. Celebrar supone algo más que recordar y nos lo definen como un acto festivo por algo que lo merece. Sin embargo, en la presentación de todos estos actos realizada en Moncloa en diciembre se usaba el verbo conmemorar, un término reservado a festejar una fecha importante o a recordar con solemnidad a alguien que lo merece.

Así que me he puesto a repasar los principales hechos acaecidos hace 50 años y tengo serias dudas de tener que conmemorar mucho, salvo que se considere digno de esa acción que un dictador octogenario fallezca en un hospital rodeado de un equipo médico habitual lleno de apellidos compuestos y que hacían interminables los telediarios. Los últimos meses de 1975 comenzaron con fusilamientos, con la entrega del Sáhara a Hassan II de Marruecos y sin ningún atisbo de libertad. El jefe de Estado golpista de 1936 había declarado heredero al nieto de quien se había exiliado en Italia en 1931, que nunca entenderé por qué no se refugió en una monarquía democrática como la británica en lugar de la que regían Víctor Manuel III y un tal Benito Mussolini.

1976 tampoco fue un año de democracia y libertades. Las huelgas podían acabar con obreros masacrados como los de la catedral de Vitoria, los partidos políticos democráticos eran clandestinos, los sindicatos eran verticales con yugos y flechas mientras que los que sí defendían a las clases trabajadoras tenían que reunirse en comisiones obreras en las parroquias de algún cura postconciliar.

El año siguiente comenzó con un aire prebélico, con matanzas de abogados laboralistas y estudiantes, secuestros de oligarcas y generales, con partidos políticos sin legalizar hasta bien entrada la primavera y el TOP seguía existiendo. Quizá se podría haber pensado en el 15 de junio de 1977 como una fecha algo más sólida para conmemorar el regreso de la democracia, pero pasaríamos por alto que algunos partidos tampoco pudieron concurrir en aquellos comicios.

A muchos nos ha llamado la atención cierta unanimidad para creer que nuestra democracia ya ha cumplido medio siglo y hay que conmemorarlo, celebrarlo y festejarlo deprisa y corriendo. Tal vez fuera preferible conocer mejor lo ocurrido, explicar a quienes tienen 18 años cuántas cosas estaban prohibidas en 1975, cuántos derechos eran impensables para las mujeres, cuántas personas permanecían en las cárceles por tener ideas distintas a las oficiales o por amar a personas de su mismo sexo. Si hoy no sabemos bien qué día hay que conmemorar el aniversario de nuestras libertades, mañana podremos elegir a un Trump para que nos dicte en el BOE.

 

Publicado en el diario HOY el 22 de enero de 2025 


 

08 enero, 2025

La verdad

Mi afición enfermiza hacia todo lo tiene que ver con lenguaje, idiomas, acentos, entonaciones o etimologías me ha servido para darme cuenta de que cada vez son más las personas que suelen comenzar casi todas sus frases con “la verdad”.  Sería admirable que tanta gente hubiera optado por desterrar para siempre las mentiras y las falsedades, pero mucho me temo que no es más que una simple muletilla que se ha ido extendiendo tanto, que está a punto de perder por completo su significado literal.

 

Este año que inauguramos seguimos en vilo por la quiebra de valores que creíamos universales y que ya se ponen en tela de juicio sin rubor alguno: la libertad es la terraza de un bar, la igualdad pone en jaque la convivencia y la fraternidad es un peligro para ese nuevo modelo social donde el tipo duro, malote e intransigente mola más que el del solidario al se acaba tildando de ‘buenista’, el insulto preferido de quienes padecen de exceso de testosterona.

 

No sé si estamos calibrando las consecuencias que se pueden derivar de la total banalización de la verdad. Desde que Kellyanne Conway, aquella asesora de Donald Trump que bautizara como “hechos alternativos” a lo que de toda la vida habíamos llamado trolas y embustes, han pasado ya ocho años. Si en 2017 era fácil engañarnos a casi todos, en un par de semanas la dificultad de la humanidad será poder comunicar hechos ciertos y verdaderos a través de determinadas redes sociales.

 

La existencia de magnates de los negocios convertidos en dueños absolutos de casi toda la comunicación nos sitúa ante un abismo orwelliano que creíamos haber superado tras el fin de la guerra fría. Estamos a un paso de que la inteligencia artificial actúe con tanta naturalidad, que no tardarán en convencernos de que la inteligencia natural es una antigualla del pasado que debe pasar a mejor vida. Negarse a aprovechar las posibilidades prácticas de esa inteligencia incansable y de eficacia probada sería una torpeza, pero lo que nos queda por resolver es si nuestras vidas y la del propio planeta pueden dejarse en manos de inteligencias artificiales alimentadas por los algoritmos que diseñan un par de tipos tan multimillonarios, que podrían marcharse al espacio para contemplar desde allí el fin del mundo.

 

¿Y con tantos problemas como tenemos vamos a preocuparnos por la verdad? ¿No nos sirve como analgésico aquel refrán del color del cristal con que se mira para dejar ya zanjado el asunto? Pues no. Porque si la verdad deja de llevar artículo determinado y pasa a ser precedida por el posesivo de quien ordena y manda, entonces habremos perdido, acabaremos creyendo que los más desvalidos son unos tiranos y que los mayores sátrapas son nuestros héroes salvadores.

 

No quisiera acabar este texto parafraseando aquella cita evangélica de “la verdad os hará libres”. En estos asuntos de verdades y mentiras casi prefiero acabar con la genial respuesta que dio a unos periodistas el más viejo gaitero de Galicia tras ser preguntado por los éxitos de ventas de Hevia con su modernísima gaita electrónica: “yo, si les dijera la verdad, les mentiría”. 

 

Publicado en el diario HOY el 8 de enero de 2025

 


 

 


 

11 diciembre, 2024

Balance e inventario

En mi camino del colegio a casa pasábamos por delante de un concesionario de coches que todavía existe. Acabábamos de regresar de las vacaciones navideñas y nos sorprendió un cartel en el que anunciaban que el taller permanecería cerrado durante una semana por balance e inventario. Lo del balance nos sonó a algo de hacer cuentas, pero lo de inventario no lo habíamos escuchado los que cursábamos 3º de EGB. ¿Acaso se dedicarían durante una semana de enero a inventar nuevos modelos de vehículos?

Así que fue llegar a casa, abrir el diccionario iter de la editorial Sopena, aquel con las banderas de países de habla hispana en portada, y llevarnos una pequeña decepción: en aquel taller no inventaban nada y esa semana solo se dedicaban a elaborar una lista ordenada y precisa de las piezas y utensilios que allí había.

Cada fin de año las páginas de los periódicos y los especiales informativos de radio y televisión se llenan de balances y reportajes resumiendo lo ocurrido en doce meses. Ayer se conmemoraba la firma de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y la cuenta de resultados no es nada positiva. Incluso las que parecen ser buenas noticias, como la caída del régimen de los Assad en Siria, deben recibirse con muchísima cautela, porque no sería la primera vez que el remedio es peor que la enfermedad, como ya ocurriera en Afganistán.

Las perspectivas del día de los Derechos Humanos no son nada esperanzadoras, con dictaduras que siguen ejecutando, torturando y negando lo más elemental a su población, y con supuestas democracias que lanzan ataques genocidas hacia poblaciones civiles, ya sea amparándose en la creencia de que hay territorios que les pertenecen o porque consideren infrahumanas a personas que nacieron en otro lugar, profesan otra religión, tienen un color de piel diferente o son, simplemente, pobres de solemnidad.

A todos esos Derechos Humanos más tradicionales, esos 30 artículos firmados aquel 10 de diciembre de 1948, se unen ahora nuevas preocupaciones que no son de las que aniquilan ipso facto a nuestros congéneres con bombas o disparos, sino que lo hacen con efectos tan retardados que casi no nos damos cuenta de su dimensión: la crisis climática ya nos afecta hoy y lo hará con mayor virulencia en los próximos años, lo hará castigando a los más débiles pero tampoco habrá refugio para quienes lo están causando deliberadamente o quienes niegan su existencia.

Va terminando el año y nos perdemos en polémicas y diatribas que no conducen a casi nada. Sin embargo, confiamos demasiado en la solidez de los derechos adquiridos y nunca hemos estado tan lejos de lograrlo, porque cada uno de los que seguimos disfrutando hay que asegurarlo y fortalecerlo día a día.

Imagino que el concesionario de coches ya no necesita cerrar una semana para hacer un balance y un inventario que una tecla realizará en centésimas de segundo. Para el balance e inventario de la Humanidad nos resta informarnos bien, aprender que eso de los Derechos Humanos va de salvar vidas y que de nada valdrán mil anuncios de alarmas de seguridad si se nos agrieta el planeta entero. ¿Será mejor 2025? 

 

Publicado en el diario HOY el 11 de diciembre de 2024.  

 


 

Este artículo está dedicado a Ángela Rivera García, que ha sido coordinadora del Grupo Local de Badajoz de Amnistía internacional desde 1994 hasta 2024. El destino ha querido que esta mujer incansable, comprometida con las mejores causas, luchadora, defensora de los Derechos Humanos, de la libertad y de la igualdad, maestra y profesora de los pies a la cabeza, nos haya dejado en la tarde del día de los Derechos Humanos, el aniversario de la Declaración Universal. Para quienes seguimos sus pasos y sus enseñanzas por un mundo más justo libre e igualitario, cada 10 de diciembre nos recordará un ser inigualable. Gabriel, Isabel, Marta, Toni, Clara y toda su familia y amigos saben mejor que nadie que ayer nos dejó una de esas personas imprescindibles, de las que luchan toda la vida. 

Hasta siempre, Ángela. No te olvidaremos. 


 

Educar en sociedad

  Hay muchas actividades y profesiones que son invisibles para la inmensa mayoría hasta que una noticia, normalmente triste y trá...