¿Han reparado alguna vez en cuál es el criterio para que una muerte violenta sea anónima o no? Se podría considerar que la diferencia radica en la relevancia social del muerto: por eso sabíamos los nombres y apellidos de los concejales asesinados en el País Vasco e ignorábamos el apodo de los que morían intentando saltar en Ceuta un muro como el de Berlín. También se podría pensar que es la cantidad la que hace diluir los nombres: así se explica que a partir de la centena por año se opte por numerar o dejar sin mención. "Esta es la víctima 58 de violencia de género" – dicen los titulares de los periódicos. Pero la casuística no acaba aquí porque hay ocasiones en las que interesa hacer visibles a los muertos para que así parezcan más criminales sus asesinos (¡como si hiciera falta!). Será por eso que dos inmigrantes, de los que jamás hubiéramos sabido nada de ellos si se hubieran electrocutado en Melilla, pasen a tener familia y biografía cuando los sepulta una bomba criminal en la T-4. Otras veces encontramos un muerto con nombre entre miles de desconocidos, como ocurre en el Iraq de 2003, donde conseguimos saber que murió un cámara de televisión con apellido gallego y algunos hubieran preferido ocultarlo. Podríamos concluir entonces que los periodistas sacan la cara por sus compañeros allá donde estén, pero te descoloca ver que dieciséis colegas que murieron en la sede de la televisión serbia en abril de 1999 no tuvieron nunca ni un triste reportaje. ¿No será que, en ocasiones, hacemos invisibles a las víctimas para no destapar a criminales de renombre y traje caro? No sé. http://javierfigueiredo.blogspot.com
Publicado en EL PERIÓDIO EXTREMASURA el 5 de febrero de 2007.
Publicado en EL PERIÓDIO EXTREMASURA el 5 de febrero de 2007.
1 comentario:
Hombre, es verdad y muy a menudo nosotros olvidamos los demás por questiones de apellido, color de piél, nacionalidad...
Un abrazote...
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