Los paseos habituales por blogs y bitácoras te hacen encontrar joyas y tesoros. Unaexcusa, a donde llegué de casualidad, se ha convertido en un lugar de visita obligada, como la viñeta de Forges o la columna de Manuel Vicent de cada domingo. Ahora será más fácil encontrar esos tesoros en Descubierto y es de agradecer. Para muestra un botón.
—Deberíamos ser todos seres del tacto y no de la vista —dijo la chica extraña.
—¿Por qué? —contestó el chico extraño.
—Porque la vista es exigente. Los ojos son como dos críticos literarios a los que casi nada les gusta. Siempre tienen algo que objetar: esta oreja es demasiado grande, el pelo no está bien cortado, los ojos deberían tener un color más vivo. La vista, en lugar de mirar, impone formas a lo que ve, y así no puede recibirlas. La vista es fascista.
—¿Entonces quieres que seamos todos ciegos?
—Bueno, ciegos que ven. El tacto no es tan exigente como la vista.
—Pero, ¿en qué sentido?
—El tacto disfruta las formas, la vista las juzga. La mano disfruta despeinándo el pelo, lo encontrará duro, áspero; o frágil y sedoso. El tacto es juguetón, una especie de niño inocente (o, al menos, más inocente que la vista). Los dedos repasan el contorno del cuerpo y no lo juzgan: siguen sus curvas y sus recodos; notan el calor o el frío, el vello erizado o el corazón, allá adentro, bombeando sangre sin descanso. El tacto disfruta del cuerpo y la vista de todo lo demás, de lo que no es importante. Los ojos poco saben de calor y de frío.
—No sé si acabo de entenderte —dijo el chico extraño.
—La vista, no sé, cómo te lo explicaría, la vista es del espíritu y el tacto del cuerpo. No tengo nada en contra del espíritu, está muy bien y todo eso. Pero no me gusta eso de que sea un juez, prefiero el tacto. Prefiero el cuerpo.
El chico extraño asintió un par de veces y cerró los ojos:
—Así que seres del tacto.
—Es extraño que, ahora en Navidad, todos queramos ser un poco seres del tacto. Como en mi casa, con la flor de pascua.
—¿Tu madre la compra?
—Sí. La pone al lado de la ventana, para que los pocos días que haga sol le dé un poco y las hojas rojas se mantengan unos días más. En realidad, no sabe si ese es el cuidado que debe darle, pero ella lo hace igual —la chica extraña hace una pausa para soplarse el pelo de la frente—. Mientras tiene las hojas rojas, mi madre está encantada. Luego, después de Navidad, cuando se vuelven verdes, tira la planta, o la regala, o se olvida de regarla. Sólo le interesa cuando las hojas son rojas. A mí me gusta su tacto, es áspero y suave a la vez. Deberías venir a casa y tocarlo, no sabría explicártelo. No cambia a pesar de que las hojas estén verdes.
El chico extraño sonríe. Aún tiene los ojos cerrados. Extiende la mano y toca el pelo de la chica extraña. Y dice:
—Yo no sé si todos deberíamos ser seres del tacto, pero creo que acabo de darme cuenta de que de verdad tengo dos manos.
3 comentarios:
Pues creo que el chaval es jovencito, recién salidito del instituto... Pa que luego digan.
Por un momento, pensé que estaba en mi blog.
Gracias, guapo.
He cortado y pegado sin pedir permiso, pero me parece brillante esta idea de hacer un blog recogiendo lo que encontramos por ahí y que nos gusta. Si sirve para dar a conocer los sitios interesantes, que también los hay.
Gracias a ti
Es que se me han perdido muchos mensajes que me encantaban de gente que cerró su blog y luego lo borró. Así que he hecho uno con lo que me gusta para que no vuelva a pasar.
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