¿Cuál hubiera sido la respuesta de políticos, gobernantes y periodistas si, en lugar de juntarse dos cientos de miles de adeptos y jefes de la Iglesia verdadera, se hubieran reunido cinco millones de fieles y jefes de otras religiones -falsas, por supuesto-, reclamando al poder institucional […] que se impida a los profesionales de nuestro sistema sanitario transfusiones de sangre a enfermos que no lo autoricen por sus creencias religiosas -falsas, evidentemente-? El Gobierno hubiera sonreído, la prensa los hubiera ignorado o minimizado […]. Lo dicho, o todas falsas o todas verdaderas; pero mientras sigamos considerando verdadera a una sola de ellas, los que la acepten como tal que apechuguen con las consecuencias.
Y me ha recordado lo que publiqué el lunes:
¿Dejarían los hospitales públicos de hacer transfusiones si un millón de Testigos de Jehová lo pidieran en la calle? ¿Entonces para qué perder tiempo en responder públicamente a las pretensiones de cada secta religiosa? Es de justicia que los gobiernos permitan la libertad religiosa, pero es imprescindible que las confesiones no traten de imponer su modelo de vida a quienes queremos seguir siendo, simplemente, ciudadanos laicos. No es mucho pedir.
Y creo que el razonamiento es muy acertado.
2 comentarios:
Tus razonamientos siempre son muy acertados.Pienso igual que tu... Que digan lo que digan, mientras no hagan...
El razonamiento es completamente acertado. Entrar como yo hago en la verdad o no de su moral es anecdótico y pertenece a la esfera íntima de cada uno. Pedir un estado laico es lo único razonable en este siglo, y no hacer ni caso a los obispos la única postura sana (hasta psicológicamente hablando) para un futuro limpio y tranquilo. Saludos de la anónima.
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