La prudencia no es una de esas virtudes que se contraponían a los pecados capitales. Hay quien la confunde con la cobardía y no son pocos los que la consideran una pérdida de tiempo, en especial los amigos de la inmediatez más espontánea. A los imprudentes en general, a esos que juzgan, sentencian, condenan y ejecutan en un pispás, se suman en ocasiones quienes hablan mucho más deprisa que sus neuronas. Esa técnica de contar hasta diez y respirar profundo antes de meter la pata no se enseña en las escuelas. Cornelia Prüfer-Storcks acusó de asesinato a nuestros compatriotas pepinos sin tener en la mano todos los resultados de los análisis. Pero no nos vayamos tan lejos, que esto de calentarse la boca no es una costumbre bárbara venida del norte. ¿O ya no nos acordamos de aquel joven canario que fue públicamente sentenciado por haber matado a su hijastra? Todos los fines de semana escucho en la radio a Leontxo García, un periodista especializado en ajedrez que glosa las virtudes educativas de este noble juego. En el ajedrez la prudencia es media vida y el cálculo reflexivo la mejor de las virtudes. Estamos rodeados de quienes mueven alfiles y torres como si fueran fichas de parchís o dardos que han de clavarse en la diana. Los despropósitos verbales acaban por ser impunes en una sociedad en la que las prisas más viscerales arrollan a las palabras sosegadas. Será por eso que me encanta escuchar a Eduard Punset, no sólo por lo que dice sino porque trasmite la sensación de que ha madurado bien sus palabras. Malos tiempos estos en los que pensar lo que se dice es casi una heroicidad.
Publicado en la contraportada de EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 6 de junio de 2011.
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