11 julio, 2011

Calificar


La misma tarde que Moody’s decidía calificar la deuda portuguesa como basura, me planteé la posibilidad de dedicarme también a calificar. La primera reacción, quizá visceral, fue la de atribuir a las llamadas agencias de rating el calificativo de mafiosas o algo peor. Pero como me han enseñado que evaluar y calificar debe ser una tarea reflexiva y sosegada, me he parado a investigar un poco sobre este tipo empresas, porque no podemos denominarlas instituciones. Para empezar no son nada democráticas y jamás se ha oído hablar de procesos electorales internos. Tampoco son el más alto cuerpo y nivel de una oposición dificilísima. Luego resulta que en su accionariado participan empresas que, a su vez, resultan muy beneficiadas (o perjudicadas) en función del número de letras mayúsculas que dictaminen cada mañana. El nuevo oráculo de Delfos lo conforman tres empresas norteamericanas y al hilo de sus dictados los gobiernos toman medidas, establecen ajustes, despiden funcionarios, suben impuestos indirectos, rebajan los directos, recortan pagas extraordinarias, imponen copagos en servicios sanitarios y modifican las condiciones de supervivencia de millones de personas. En definitiva: nos hemos aprendido de memoria todos los preámbulos constitucionales, toda la parafernalia de la soberanía popular que reside en el Pueblo, y al final nuestros votos influyen en nuestras vidas como el aleteo de una mariposa del Ártico en los huracanes tropicales. La calidad democrática del mundo se resquebraja ante nuestros ojos, los adjetivos para expresar hartazgo se agotan y todo empieza a ser, simplemente, incalificable.
Publicado en la contraportada de EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 11 de julio de 2011.

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