La fiesta instalada en la carpa del jardín tenía de todo: canapés elaborados, surtidos de ibéricos, buenos caldos y exquisiteces nunca vistas. Las camareras pasaban las bandejas e iban recogiendo los platos vacíos con la mejor de las destrezas, permaneciendo de pie y soportando incómodos zapatos y uniformes. Treinta míseros euros se iban a llevar por trabajar sirviendo un cóctel durante un par de horas, que a buen seguro se alargarían sin compensación alguna. Hacia el final de la fiesta la carpa se vino abajo y los ilustres comensales salieron en estampida. Aquello no podía quedar así: quienes habían encargado el catering no estaban dispuestos a pagar por aquel estropicio y el dueño de la empresa optó por enjugar su desastre con lo más fácil, el maltrecho sueldo de las camareras. Esto es Europa, esto son las calles de Grecia y las nuevas tristezas de Portugal. Como en la película de Pedro Almodóvar, los que poco o nada tienen se preguntan qué han hecho para merecer esto, mientras que Rodrigo Rato y dos colegas seguirán ganando millonadas cada año. Entre todos salvamos a los bancos y ahora los mercados quieren ahogarnos para poder seguir llevando ellos su ritmo de vida. Las camareras están a punto de explotar, van a empezar a llevarse los canapés a sus casas para alimentar a sus hijos, y van a estrellar con fuerza los platos contra el suelo cuando les rebajen su sueldo. Las llamarán violentas y antisistema, no lo podrán evitar. Pero ya no se puede aguantar que los que se hartaron en la fiesta nos lo hagan pagar a los que no disfrutamos ninguno de sus lujos. La mayoría social no se puede merecer esto.
Publicado en la contraportada de EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 4 de julio de 2011.
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