19 marzo, 2012

Yo que tú no lo haría


El que se sabía más fuerte no necesitaba usar sus mejores armas. Le bastaba entonar con voz grave aquella dramática frase en las películas del oeste para que  su voluntad se cumpliera. Los silencios provocaban pavor, la tensión atenazaba cualquier otra voluntad y no había mejor forma para sobrevivir que el ingrato ejercicio de agachar la cabeza. Aquello de “yo que tú no lo haría” ya no lo pronuncian ni cowboys ni forajidos, pero es una cantinela, violenta y despiadada, que ha ido calando en el subconsciente de buena parte de la clase trabajadora. Ya no es necesario ni hacer correr comentarios que condicionen la toma de decisiones o la formación de puntos de vista críticos sobre la reforma laboral, porque se va asumiendo como inevitable que la condición de trabajador por cuenta ajena tiene aparejada la incapacidad para actuar en defensa propia: te van minando la moral poco a poco, se difunde que la lucha no sirve para nada, te van empujando a buscar soluciones individuales y no colectivas, te intentan convencer de que los que te defienden son tus enemigos y que los que te esquilman lo hacen por tu bien. De aquí a diez días los asalariados se juegan volver a lidiar con reglas similares a las de las películas del oeste, muchos no serán libres ni para luchar por ellos mismos y, lo peor de todo, es que no tienen ninguna posibilidad de denunciar el menoscabo de sus derechos fundamentales ni ante el juez, ni ante la policía. No son buenos tiempos para ser héroes y emular a Gary Cooper en Solo ante el peligro, pero quizá sea la última oportunidad para no caer bajo el imperio de la ley del silencio.

Publicado en la contraportada de EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 19 de febrero de 2012.

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