El que se sabía más fuerte no
necesitaba usar sus mejores armas. Le bastaba entonar con voz grave aquella
dramática frase en
las películas del oeste para que su
voluntad se cumpliera. Los silencios provocaban pavor, la tensión atenazaba
cualquier otra voluntad y no había mejor forma para sobrevivir que el ingrato
ejercicio de agachar la cabeza. Aquello de “yo que tú no lo haría” ya no lo
pronuncian ni cowboys ni forajidos,
pero es una cantinela, violenta y despiadada, que ha ido calando en el subconsciente de
buena parte de la clase trabajadora. Ya no es necesario ni hacer correr
comentarios que condicionen la toma de decisiones o la formación de puntos de
vista críticos sobre la reforma laboral, porque se va asumiendo como inevitable
que la condición de trabajador por cuenta ajena tiene aparejada la incapacidad
para actuar en
defensa propia: te van minando la moral poco a poco, se difunde que la lucha no
sirve para nada, te van empujando a buscar soluciones individuales y no
colectivas, te intentan convencer de que los que te defienden son tus enemigos
y que los que te esquilman lo hacen por tu bien. De aquí a diez días los asalariados
se juegan volver a lidiar con reglas similares a las de las películas del
oeste, muchos no serán libres ni para luchar por ellos mismos y, lo peor de
todo, es que no tienen ninguna posibilidad de denunciar el menoscabo de sus
derechos fundamentales ni ante el juez, ni ante la policía. No son buenos
tiempos para ser héroes y emular a Gary
Cooper en
Solo ante el peligro, pero quizá sea
la última oportunidad para no caer bajo el imperio de la ley del silencio.
Publicado en la contraportada de EL PERIÓDICO
EXTREMADURA el 19 de febrero de 2012.
No hay comentarios:
Publicar un comentario