Imaginen que van a un
restaurante, se sientan en una mesa, les dan la carta para elegir y,
finalmente, les dicen que no hay nada para comer. Sí, probablemente dirían
ustedes que eso no es un restaurante y que para leer el menú podían haberse
quedado en casa. Algo tan absurdo es lo que viene ocurriendo de un tiempo a
esta parte con las ruedas de prensa, que en teoría eran unas comparecencias
ante los medios de comunicación, en las que se efectuaban declaraciones y se
pronunciaban discursos de forma presencial, y donde los profesionales del
periodismo podían preguntar y pedir aclaraciones de forma directa. En los
últimos años, gracias a los inventos de los nuevos gurús de la comunicación, se
ha extendido la mala costumbre de convocar a los profesionales para leer una
nota y mandarlos a paseo. No hay que ser muy listos para deducir que sería más
ecológico y eficaz enviar vídeo, audio y un e-mail a las redacciones: los
periodistas ahorrarían gasolina, aparcamientos y prisas, recibiendo en su
ordenador la escueta nota o el corte preciso para su informativo. Las ruedas de
prensa sin preguntas las practican entrenadores, artistas y hasta políticos,
que deberían tener un poco más de respeto hacia los ciudadanos que pagan sus
sueldos. La posibilidad de preguntar y repreguntar es fundamental para poder
obtener una información contrastada, mientras que la nota leída es mera
propaganda y nada más. Todo cambiará el día que todos los periodistas se nieguen
a cubrir este tipo de farsas y se limiten a informar, con nombres y apellidos, quiénes son los que convocan estas
ruedas de prensa sin preguntas. ¿Lo veremos?
Publicado en la
contraportada de EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 2 de abril de 2012.
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