Los tiempos no están para unas largas vacaciones lejos de casa. Quienes todavía tienen trabajo y los que aún pueden permitírselo ya no se van con Curro al Caribe para pagarlo en doce (in)cómodas mensualidades. Ahora hay que establecer un equilibrio entre la necesidad de salir de la rutina y del espacio habitual, y las circunstancias adversas existentes o previsibles. Mientras unos debaten sobre si es mejor un rescate total, salirse del euro o ambas cosas a la vez, a cada uno de nosotros nos queda comprometernos para que nuestra escasa capacidad de consumo nos revierta de la manera más inteligente. Del mismo modo que es más ecológico y barato tomar productos de temporada y que provienen de zonas cercanas, convendría cuidar nuestro turismo con gestos que acaben por beneficiarnos a nosotros mismos. En más de una ocasión hemos podido escuchar a quien se jacta de conocer medio mundo y que, sin embargo, todavía no se ha dignado visitar los más importantes tesoros artísticos y naturales de la tierra en la que nació. Si cada extremeño guardara algunos días de sus vacaciones para disfrutarlos en rincones de esta tierra, que son más apacibles e interesantes que la conocidísima playa de La Antilla, estaríamos ayudando a salvar del desastre a quienes trabajan en el turismo rural de Extremadura. Además, el gesto sería algo más que un intento de mantener un determinado sector económico, ya que tiene una vertiente social que dificilmente se puede cuantificar: el turismo rural es uno de los pocas recursos que tenemos para evitar la despoblación del territorio. No demos más vueltas, está aquí al lado.
Publicado en la contraportada de EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 30 de julio de 2012.
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