Cipriano Algor era el
personaje protagonista de La Caverna, una novela
que José Saramago
publicó en el año 2000. El pequeño taller de alfarería de Cipriano trataba de
esquivar, con escasas posibilidades de éxito, los dictados de un gran centro
comercial. Cuando el escritor portugués presentaba su novela en los medios de
comunicación solía
reflexionar sobre esa costumbre, muy arraigada en Portugal desde finales
del siglo pasado, de ir en masa a pasar los fines de semana a esas pequeñas
ciudades con techumbre y aparcamiento, en las que todo es escaparate y
estantería, en las que comprar es más importante que vivir. A escasos metros
del puente internacional que lleva el nombre del premio nobel portugués, la
ciudad de Badajoz lleva
diez días sumida en la misma vorágine que él describía. No importa que la
ciudad tenga un 25% de desempleo y unos niveles de pobreza que asustarían a
cualquier europeo, porque en los grandes pasillos se puede pasear sin un
céntimo en los bolsillos pero rodeado de productos. Mientras tanto, en
la otra punta de la ciudad, las fotografías de Gervasio
Sánchez nos muestran la historia reciente de nuestro planeta, ojos de
niños cuyas vidas han sido segadas por la violencia que propicia un (des)orden
económico y social que todavía no queremos ver. Nos tapamos los ojos para creer
que el mundo plasmado por Gervasio no existe y nos vamos a comentar las ofertas
con las que ahorraríamos mucho dinero si lo tuviéramos. Y así sobrevivimos,
viendo las sombras de la realidad como en la caverna o apartando la mirada del
mundo para ver escaparates, como bebés que se cubren la cara con las manos para
esconderse.
Publicado en la contraportada de EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 24 de septiembre de 2012.
Publicado en la contraportada de EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 24 de septiembre de 2012.
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