Cuando en el mundo había dos bloques me resultaban muy
simpáticos los neutrales, a los que no hay que confundir con los neutrones. Una
vez que cayeron los muros que separaban Occidente del resto del mundo, mi punto
de vista sobre los equidistantes empezó a resquebrajarse: no es lo mismo pasar de todo cuando dos
macarras se están zurrando entre sí, que ver a un gigante abusón hacer lo que
le viene en gana con los más débiles y no decir ni mu.
Mientras Gérard Depardieu
se convierte en ruso, otros muchos optan por hacerse los suecos, quizá
porque creen que encogerse de hombros es la mejor manera de mantener la
dignidad. Pero el país neutral por antonomasia es Suiza, a quienes muchos
despistados de la geografía colocan precisamente en Escandinavia. Un Estado
admirable en el que consultan a la ciudadanía en referéndum cada dos por tres,
donde no tira nadie un papel al suelo, con cuatro lenguas oficiales y sin
ningún problema para entenderse. No me digan que con estos datos no les entran
ganas de hacerse suizo, aunque te acaben vendiendo en una pastelería. Y no les digo nada de los bancos de allí,
donde te tratan con una discreción admirable y te sientes como en casa. Eso es
lo que le ha debido de pasar a Bárcenas,
que se llevó los 22 millones a Suiza convencido de que aquello era territorio
español pero con más montañas y relojerías. Lo que está fuera de toda duda es
que alguien como él pudiera pecar de falta de patriotismo. Ya lo verán: es más
fácil que Suiza pase a ser la vigésima región española antes que reconocer que
el tesorero del partido del Gobierno se lo llevaba crudito y evadía capitales.
Publicada en EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 21 de enero de 2013.
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