Mañana,
cuando acabe el último baile del carnaval, podríamos aprovechar el
momento de quitarse el antifaz y desenmascarar unas cuantas de esas
historias que venimos padeciendo y que, no sé si por miedo o por
vergüenza, nunca nos hemos atrevido a afrontar. Podríamos comenzar
desvelando los nombres de quienes se llevaron el dinero a los paraísos
fiscales e intentan regularizarlo ahora al 10%, cuando los que sí
cumplieron con su deber pagaron en su momento del 20% en adelante.
También necesitaríamos terminar de una vez con la sangría de dinero
negro que está acabando con todo, aunque para ello hubiera que retirar
de la circulación los billetes grandes o duplicar el número de
inspectores fiscales. No estaría de más conseguir que los partidos
políticos dejaran de dictar normas para su propia financiación y que
trampean al minuto de aparecer en los boletines oficiales.
Ha
llegado el momento de colocar las cartas boca arriba y de poner unas
nuevas reglas del juego que sean efectivas. Pero si graves son los
desfalcos, las comisiones ilegales, las adjudicaciones amañadas, los
informes ficticios a precio de oro y mil tropelías parecidas, peor es el
daño de la desmoralización generalizada a la que nos han ido llevando
algunas élites desvergonzadas que se creían impunes. Cuando los
comedores sociales tienen lista de espera y los coches de alta gama son
los únicos que aumentan sus ventas es porque el concepto de justicia ha
desaparecido por completo a nuestro alrededor. Nuestro sistema
socio-político no admite más remiendos ni correcciones: necesitamos una
página nueva en la que escribir, sin máscaras y con buena letra.
Publicado en las páginas de opinión de EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 11 de febrero de 2013.
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