Hay quien cree que una mala experiencia sirve para
inmunizarse y tomar precauciones perpetuas, que un pequeño atropello te
convierte en un prudente de por vida cada vez que hay que cruzar la calle. Con
la corrupción nos pasa exactamente lo contrario: buceas por los periódicos de
hace veinte años, cuando Naseiro, Roldán y Filesa hacían correr tinta, y
piensas que después de aquello todo el mundo se habría curado de espanto para
no volver a meter la pata (y la mano). Craso error. Los corruptos saben que la
sociedad tiene memoria de pez y que nada es más fácil que volver a las andadas
cuando el escándalo anterior todavía está caliente.
Si fueran ciertas las
cosas que vamos sabiendo de Bárcenas, estaríamos obteniendo una prueba
de ese efecto contrario a la inmunización, porque cuando se efectuaron aquellos
pagos
en 1997 todavía estaba resonando el eco del “váyase, señor González”,
frase que Aznar no dejó de pronunciar ni un solo día
entre 1993 y 1996. Así que es de suponer que en un par de años, cuando alguien
pronuncie el apellido del ex tesorero del PP, muchos creerán que se está
hablando de cenas en un bar. De nada valdrá indignarse hoy o promulgar nuevas
leyes si no atajamos la corrupción desde la cuna, reprochando socialmente al
que se jacte de haberse saltado la lista de espera gracias a un enchufe o de
ahorrarse el IVA de la última reparación doméstica. Anoche
escuché a una ex presidenta finlandesa que un país bien educado es menos
corrupto y creo que tenía razón. Y no es cuestión solo de saber más
matemáticas o idiomas, sino de tener un escrupuloso sentido del deber cívico.
Nos falta mucho todavía.
Publicado en las páginas de opinión de EL PERIÓDICO
EXTREMADURA el 4 de febrero de 2013.
No hay comentarios:
Publicar un comentario