08 abril, 2013

Monarquías bananeras


Si fuéramos a un país en el que una alcaldía, la plaza de catedrático de Universidad o el puesto de inspector de Hacienda fueran hereditarios de padres a hijos, casi todos diríamos que se trata de un estado al que le falta un hervor para  la contemporaneidad. Nos referiríamos a esa nación con el adjetivo bananera, al que se le han añadido un par de acepciones al margen de la fruta y con matiz peyorativo. Es curioso que siempre se hable de repúblicas bananeras y no de monarquías bananeras, como si fuera poco disparate dejar la jefatura del estado en manos de una familia por los siglos de los siglos. Da igual que su abuelo apoyara la dictadura de Primo de Rivera o que el padre de su tatarabuela fuera un gañán impresentable como Fernando VII (y que me perdonen los gañanes por la comparación): todo el bagaje de sus antepasados lo contabilizan como gloria y mérito de su estirpe.
  
Pero la monarquía española va a ser muy difícil mantenerla mucho más tiempo, y solo la puede salvar la nostalgia de quienes gustan de cuentos de princesas y papel cuché.  Las complicaciones judiciales, por no hablar de las andanzas cinegéticas, hacen casi imposible la defensa de un reinado que se inició con su designación por Franco. Desde entonces el silencio y el miedo han impedido un debate abierto y racional sobre la cuestión. Ahora esto no hay quien lo pare y llegará un día en el que podremos elegir a todos nuestros gobernantes y estadistas en virtud de sus méritos. Como decía la canción, podremos manifestar sin miedo que un rey no lo es por voluntad divina,sino porque sus antepasados se lo montaron divinamente.

Publicado en EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 8 de abril de 2013.

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