Un día antes de que Obama fuera elegido por primera vez
presidente de Estados Unidos, escribí
en estas páginas que en
Europa nos estábamos precipitando, que estábamos dando por sentado que el
senador por Illinois le iba a dar la vuelta al sistema, y que tras él llegaría
un nuevo orden mundial, más justo y más humano que el que George W. Bush había planificado
desde las Azores . Vaticinaba entonces que no deberíamos esperar
cambios radicales ni transformaciones profundas y, casualidades de la vida,
ponía el ejemplo de Brasil, donde más que acceder un sindicalista histórico al
poder había ocurrido lo contrario, que el Poder con mayúsculas se había
apoderado de Lula da Silva.
Cinco años después de aquella columna, Brasil y Estados Unidos
vuelven a estar en la portada de los medios de comunicación: hoy el premio
Nobel de la Paz concedido a Obama nos parece una broma de cámara oculta tras
conocer su desprecio a las libertades, y Dilma Rousseff sigue la estela de su antecesor, sin
solucionar los problemas más graves de su país y apostando por la
grandilocuencia de fastos deportivos. Todavía es temprano para saber qué
hay detrás de las protestas ciudadanas en Brasil, pero de la conversión de
Obama en un halcón ya nos quedan pocas dudas: no ha sido capaz de cerrar
Guantánamo todavía, ni de depurar responsabilidades por las torturas
cometidas por sus soldados y ahora, para rematar la jugada, sabemos que nos
espía a todos sin ningún tipo de rubor, con el consentimiento
de los gigantes del mundo informático. Hoy los
prefabricados discursos de Obama sobre
la libertad son más falsos que una moneda de 3 euros.
Publicado en EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 24 de junio de
2013.
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