Cuando en este país los varones tenían que pasar varios meses de su vida en
un cuartel, a los que abominábamos del militarismo nos llamaban cobardes. Hoy
ya no te sueltan el calificativo por eso, pero te lo pueden asignar por otras
cosas, especialmente si te ves en medio de contiendas en las que ninguna de las
partes tiene la razón absoluta, o donde ambas están profundamente equivocadas,
ya sea en el fondo o en las formas. Llevamos meses escuchando noticias de
Ucrania y de Rusia, y cada día que pasa me parecen más impresentables las
posturas de todos los implicados. Y te cansa tanto que llega un momento en el
que no quieres saber más, desesperado con la obligación de distinguir a los malos
de los buenos. El cine tradicional de Hollywood nos lo ponía más fácil (o quizá
debiera decir que nos confundió más) cuando desde el primer minuto se
distinguía al malvado del bienhechor.
La religión maniquea es la más extendida del planeta y saca sus procesiones
todos los días del año, y hasta las televisiones cavernarias te plantan una
encuesta en la pantalla para que votes por el cielo o el infierno, sin limbos,
purgatorios, ni lugares alternativos. Pero una de las derivas más espeluznantes
de las maldiciones maniqueas es la máxima del “o estás conmigo o estás contra
mí”, de la que se sirven quienes tienen pocos argumentos o un techo de cristal
difícil de defender. Por eso creo que hoy en día tiene mucho mérito mantener criterios
propios y no dejarse llevar por el seguidismo ciego: muchos creerán que es
cobardía, pero tal vez es la mejor manera de mantener cierta dignidad.
Publicado en EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 21 de abril de 2014.
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