Uno de los mejores periodistas catalanes que conozco tiene una particular
fijación con los cuadernos azules portugueses, aquellos que protagonizan La noche del oráculo de Paul Auster.
Tienen el mismo color que la libreta en la que Aznar anotaba los nombres de sus
ministros y es una combinación de naranja y azul la que ha logrado el primer
lugar en las recientes elecciones lusas.
Llevamos tres domingos seguidos escudriñando resultados electorales, desde Grecia
hasta Portugal pasando por Cataluña, pero las de nuestro país vecino no han
tenido en la prensa europea la misma repercusión que las dos anteriores.
Tampoco ha sido similar la interpretación de las cifras: mientras que en las
elecciones de Cataluña los medios se afanaban en contabilizar y sumar los votos
de quienes habían quedado en segundo, tercero y quinto lugar, en Portugal todo
se saldaba con decir que el gobierno de coalición de la austeridad y la troika había
sido el primero. Quienes siete días antes juntaban con ilusión los votos de los
perdedores, aquí restaban importancia a que los partidos de izquierda y
contrarios a tanto recorte superaran en más de un setecientos mil votos a la
coalición de liberales y conservadores.
No nos podemos imaginar la crueldad de los recortes en Portugal durante los
últimos años, donde había que pagar 30 € cada vez que ibas a las urgencias
hospitalarias y donde un cuarto de la población sobrevive con apenas 500 €. Aún
así, el 38% de los que han votado han preferido gritar aquello de “virgencita
que me quede como estoy”. Pero la lectura más dramática de los datos electorales
no aparecía el lunes en casi ningún periódico: un país que logró la democracia
en abril de 1974, que votó por vez primera con una participación del 91% en 1975, ha visto descender la cifra hasta un
57%. Este es, sin duda, uno de los problemas más graves que deberían preocupar
en Europa: que cada vez sea mayor el número de personas que consideran que no
sirve de nada votar a unos gobiernos nacionales que están supeditados a
entidades que no han sido elegidas por la ciudadanía.
Si preocupante es la abstención en Portugal, más grave aún es el éxodo de
la gente joven y bien preparada. Y no solo porque sean ya más de medio millón
los que han salido, sino porque más de la mitad de los que se han quedado creen
que van a tener que acabar marchándose. Si a esto le unimos un envejecimiento
galopante y una tasa de natalidad bajísima, podremos deducir que Portugal se
encuentra en una encrucijada de difícil salida.
El paciente ha seguido el tratamiento de la troika y están a punto de darle
el alta hospitalaria, pero no sabemos si este paciente, anciano y con su sangre
joven corriendo por venas de la Europa del norte, podrá resistir mucho tiempo.
Quizá haya que buscar nuevos cuadernos (y de otro color) en los que escribir una
historia de Portugal con un final más feliz.
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