En 1977
se votó por primera vez tras la dictadura y supimos que había un color llamado
sepia para las papeletas del Senado. Todo parece indicar que los últimos cuatro
años apuntan a una sacudida electoral, a un mayor interés por la política y una
demanda generalizada de que la democracia no se acabe el domingo después de
introducir el voto en la urna.
Algunos
llevamos años observando una serie de lastres democráticos que padecemos desde
hace 38 años y que se refieren no solo a la profundización democrática de las
instituciones, sino a aspectos del sistema de votación elegido en España, un
formato que sigue el mismo esquema implantado en 1977 y que lo convierte en
singular en el mundo. Imagino que en sus buzones estarán recibiendo, en un
sobre personalizado y direccionado, una carta de algunos de los principales
cabezas de lista junto a dos sobres con papeletas legales de voto. Este sábado
le intentaba explicar esto a un diputado portugués y no salía de su asombro
cuando le contaba que en España los partidos pueden imprimir papeletas
oficiales de voto, pueden marcar las cruces al Senado en una imprenta,
enviarlas de forma personalizada a cada elector y luego llevar el voto de casa
a la urna como si tal cosa. Es más, aunque no hayas dado tu consentimiento para
que Rajoy o Sánchez te escriban a tu casa con nombres y apellidos, los partidos
tienen acceso al censo electoral, aspecto al que me gustaría referirme
posteriormente.
El coste
de estos envíos - que pagamos entre todos - a los partidos que pueden pedir un
crédito bancario y llevarlos a cabo, supone un gasto de papel inútil e
insostenible ecológicamente. Además, este sistema obliga a las juntas
electorales a imprimir para cada partido tantas papeletas como votantes
pudieran demandarlas, lo que implica que cada noche electoral haya que reciclar
toneladas de papel, con lo fácil que sería hacer lo de todos los países, imprimir
una sola papeleta por elector y obligar a todo el mundo a realizar la elección en
una cabina que preserva el secreto del voto.
Podría
pararme en otros detalles, como el temor que existe todavía en el medio medio
rural a no llevar ese voto desde casa, porque el mero hecho de entrar en la
cabina lo convierte a uno en sospechoso de no ser seguidor de lo mayoritario,
pero más grave aún es el uso que se hace del censo electoral por parte de los
interventores de los partidos, que marcan quiénes votan y quiénes no, dejando
un arma peligrosa al caciquismo a la hora de fiscalizar a votantes o
abstencionistas.
Seríamos
injustos si dijéramos que todo esto convierte las elecciones del domingo en un
fraude, pero quienes llevamos décadas observando estos pequeños detalles
electorales podemos afirmar que con un sistema de votación más barato,
ecológico y que impidiera cualquier forma de caciquismo todo iría mucho mejor
para la profundización democrática.
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