No desvelaré secretos
de la serie Juego de Tronos a pesar
de la mención a uno de sus personajes secundarios en el título de este artículo,
porque esto no va de ficciones sino de lo que desde hace ya varios días ha copado
las portadas de este periódico: las desgracias, incidencias, retrasos o averías
que sufren nuestros trenes. Quienes usamos este medio de transporte desde hace
más de una década podríamos haber recopilado una crónica de los interminables
trastornos que nos toca sufrir a diario pero que se soportan bien cuando el trayecto
no pasa de los 60 km. Si el viaje es largo puede convertirse en una pesadilla y
quizá por eso los medios de comunicación de la capital vienen por aquí a hacer
reportajes veraniegos montados en nuestros trenes, para contarnos esa
experiencia vintage de viajar como
hace 50 años.
Subir a un tren en
Extremadura es una pequeña aventura y no sabes si los frenos van a salir
ardiendo en Torrijos o si te vas a ver en medio del campo en Los Pedroches, con
un calor sofocante, esperando que otro tren pueda llegar por una vía única y
sin electrificar, como las que empezaron a dejar de existir en las partes más
desarrolladas de España hace más de 40 años.
En las últimas horas
hemos escuchado que la paciencia tiene un límite y que las gotas han colmado
todos los vasos. Parece incluso el momento propicio para que la reivindicación
de un tren digno consiguiera el unánime apoyo social, político y mediático
necesario para sacarnos de esta situación causada por la dejadez y el abandono
de quienes no supieron defender la tierra. Pero, como ya nos adelantaban ayer
en este periódico, hasta finales de 2019 no podríamos comenzar a sentir ni unaleve mejoría en un sistema ferroviario que se empezó a abandonar con alevosía a
principios de los años 80 del siglo XX,
cuando se tenía que haber optado por la modernización ferroviaria y alguien
decidió apostar todas sus cartas a las autovías, cerró las líneas que tenían
pocos pasajeros sin preguntarse por qué ocurría y acabó creando un monstruo que
nadie sensato se explica: tener la mitad de la población de Alemania, un tercio
de su PIB y el doble de kilómetros de altísima velocidad pero con el resto de
la red ferroviaria casi abandonada.
Un tren digno es fácil
de definir: aquel que no contamina y que te permite trasladarte a muchos
lugares y en menos tiempo que por carretera. Me temo que nos falta mucho para
lograrlo porque en esta tierra somos incapaces de unirnos unánimemente por el
bien común. A veces parece que estuviéramos aquejados del síndrome de Theon
Greyjoy, un personaje que da lástima y pena pero no tanto por lo maltratado que
ha sido en su vida, sino por la incapacidad de rebelarse ante las injusticias
que recibe y por haber acabado por aceptarlas como un mal menor.