Hace años que le escuché a un periodista apellidado Morales que la
opinión no creaba opinión, que lo único que ayudaba a que la gente pudiera
tener sus propios puntos de vista era proporcionar la mejor información
posible, la más contrastada y la que no estuviera manipulada de forma
interesada por las partes interesadas en la cuestión.
No andaba desacertado aquel periodista porque, salvo excepciones,
la gente va buscando en cada columna de opinión o en cada editorial la munición
para poder afianzar sus posiciones iniciales y casi siempre se pasa de largo de
aquellos autores que presuponemos que van a decir lo contrario de lo que
pensamos. Como parece que esta es una costumbre demasiado arraigada en nuestros
comportamientos y no estamos dispuestos a escuchar las razones del contrario,
al menos deberíamos esforzarnos en conseguir una información de calidad que nos
permita ser muy libres a la hora de decantarnos por aquello que más nos guste o
que esté más cercano a nuestros principios.
El escenario ha cambiado mucho: ahora sería casi imposible que nos
timaran como con la imagen de aquel cormorán impregnado de petróleo, que
creíamos que era una víctima de los vertidos de Saddam Hussein al golfo Pérsico
en 1991, pero que finalmente resultó ser un vídeo de la catástrofe del Exxon
Valdez en 1989. Que cada ser humano
lleve una cámara en el bolsillo y esté dispuesto a grabar todo aquello que le
parezca curioso es un arma de doble filo, ya que nos trasporta la realidad cruda
al instante de punta a punta del globo terrestre, pero nos convierte en blanco
de un gran hermano incontrolado e incontrolable.
Por eso es cada vez más necesario que haya medios de información
con criterio e imparcialidad suficiente como para no entrar en la cadena de
montaje de posverdades que parece haberse iniciado con la era Trump. Y uno de los
primeros pasos para ello consiste en llamar de la misma manera a todo aquello
que es igual o casi idéntico. Si alguien pone una bomba al paso de unos
policías no podemos hablar de manera impersonal de una explosión de violencia sino
de un atentado, porque cuando definimos las cosas de manera diferente en
función del sujeto o el objeto directo de la frase estamos adulterando los
ingredientes que cada uno debe usar para elaborar sus propias posiciones.
Hay quien dice que la posverdades podían haberse llamado
prementiras. Puestos a elegir casi me gusta más aquello de hechos alternativos que es el nombre
que les dio Kellyanne Conway, la consejera del presidente norteamericano. Más que nada por el enorme juego literario que
nos dan si los contraponemos a los “hechos reales”, que es lo que nos están
hurtando en ese cambiazo. Si no tenemos armas para defendernos de quienes
pretenden hacernos creer falsas realidades, entonces estaremos en manos del
primer insensato que tenga un altavoz muy poderoso. Y para eso necesitamos
medios muy libres y periodistas más libres todavía. ¿Los tenemos?
Publicado en el diario HOY el 9 de agosto de 2017.
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