23 agosto, 2017

Elogio del buenismo



Desde hace años he convertido en un ritual de cada mañana del domingo la lectura de este periódico. Suelo comenzar por la columna que firma Antonio Chacón, porque no hay día en el que no me haga reflexionar y replantearme las ideas, algo que es muy de agradecer en un mundo con tanto piñón fijo. El último día nos comentó una curiosa taxonomía de los comportamientos humanos de un italiano que los dividía en incautos, inteligentes, malvados y estúpidos. Todo dependía del grado de voluntad para beneficiar o perjudicar, ya fuera a uno mismo o a los demás.

Esta semana ha sido muy propicia para ver ejemplos prácticos de todas estas condiciones humanas y todos sus posibles cruces genéticos. Comenzamos por los estúpidos y sanguinarios que causan la muerte y acaban inmolándose, y luego les siguieron los malvados, que intentan sacar tajada aunque para ello tengan que pisar al de al lado. Como en toda catástrofe, siempre hay un momento de zozobra en el que la racionalidad pasa a un segundo plano. Es cuando hasta las gentes de bien se dejan llevar por los instintos más primarios y sueltan sus miedos en forma de odios, desconfianzas y generalizaciones injustas.

Desde el jueves pasado hemos visto de cerca lo mejor y lo peor del género humano, a quienes han arriesgado sus vidas para intentar ayudar y proteger al resto y , también, a quienes no han entendido nada y todo lo solucionarían con medidas decretadas desde la vesícula biliar y sin pasar por el cerebro: criminalización de las ideas y de las religiones, exaltación de la venganza, vanagloria de la supremacía de los de aquí frente a los de fuera, desprecio de la diversidad y fomento del odio indiscriminado.

A nadie se le oculta que los últimos días también han servido para dar rienda suelta a quienes se han inventado un término, el buenismo, que define a quienes creen que los problemas pueden resolverse a través de diálogo, solidaridad y tolerancia. Sería de incautos pensar que se puede hablar algo con los que lanzaron una furgoneta rambla abajo, pero no es menos cierto que con el malismo que defienden algunos el mundo solo podría empeorar.

Saramago dijo en una entrevista a Jesús Quintero que, si pudiera, la única internacional que fundaría sería la de la bondad, a la que solo podrían pertenecer las buenas personas, las que buscan beneficiarse a sí mismos y a los demás al mismo tiempo. Son los inteligentes de esa taxonomía que me recordó Antonio Chacón en su columna del domingo. Saramago no está ya para fundar nada pero sí que nos dejó el espíritu y el valor de elogiar a los buenos y de prevenirnos de los malvados, de los que intentan confundirlos con incautos o llamarlos directamente tontos.


Los tiempos nos reclaman más inteligencia que nunca porque horrores ideológicos como los de Charlottesville -que ya se dejan ver por aquí- no servirán jamás para apagar las locuras del Daesh y tendrían el efecto contrario.


Publicado en el diario HOY el 23 de agosto de 2017

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