Desde hace años he convertido en un ritual de cada mañana del
domingo la lectura de este periódico. Suelo comenzar por la columna que firma
Antonio Chacón, porque no hay día en el que no me haga reflexionar y replantearme
las ideas, algo que es muy de agradecer en un mundo con tanto piñón fijo. El último día nos comentó una curiosa taxonomía de los comportamientos humanos de un italiano
que los dividía en incautos, inteligentes, malvados y estúpidos. Todo dependía
del grado de voluntad para beneficiar o perjudicar, ya fuera a uno mismo o a
los demás.
Esta semana ha sido muy propicia para ver ejemplos prácticos de
todas estas condiciones humanas y todos sus posibles cruces genéticos. Comenzamos
por los estúpidos y sanguinarios que causan
la muerte y acaban inmolándose, y luego les siguieron los malvados, que
intentan sacar tajada aunque para ello tengan que pisar al de al lado. Como en
toda catástrofe, siempre hay un momento de zozobra en el que la racionalidad
pasa a un segundo plano. Es cuando hasta las gentes de bien se dejan llevar por
los instintos más primarios y sueltan sus miedos en forma de odios,
desconfianzas y generalizaciones injustas.
Desde el jueves pasado hemos visto de cerca lo mejor y lo peor del
género humano, a quienes han arriesgado sus vidas para intentar ayudar y
proteger al resto y , también, a quienes no han entendido nada y todo lo
solucionarían con medidas decretadas desde la vesícula biliar y sin pasar por
el cerebro: criminalización de las ideas y de las religiones, exaltación de la
venganza, vanagloria de la supremacía de los de aquí frente a los de fuera,
desprecio de la diversidad y fomento del odio indiscriminado.
A nadie se le oculta que los últimos días también han servido para
dar rienda suelta a quienes se han inventado un término, el buenismo, que
define a quienes creen que los problemas pueden resolverse a través de diálogo, solidaridad y tolerancia. Sería de
incautos pensar que se puede hablar algo con los que lanzaron una furgoneta
rambla abajo, pero no es menos cierto que con el malismo que defienden algunos
el mundo solo podría empeorar.
Saramago dijo en una entrevista a Jesús Quintero que, si pudiera, la
única internacional que fundaría sería la de la bondad, a la que solo podrían
pertenecer las buenas personas, las que buscan beneficiarse a sí mismos y a los
demás al mismo tiempo. Son los inteligentes de esa taxonomía que me recordó
Antonio Chacón en su columna del domingo. Saramago no está ya para fundar nada
pero sí que nos dejó el espíritu y el valor de elogiar a los buenos y de
prevenirnos de los malvados, de los que intentan confundirlos con incautos o
llamarlos directamente tontos.
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