Parece que una de
las grandes preocupaciones de los gobernantes de muchos países es la
proliferación de noticias falsas, esas que los ingleses llaman fake news. Salvo algún personaje que
quiera crearse (y creerse) un mundo paralelo y de ficción, imagino que todo el
mundo preferirá que le cuenten las cosas tal y como han ocurrido, sin
mensajeros que tergiversen, inventen o manipulen los hechos. Así que en unos
tiempos en los que es difícil lograr la unanimidad, parece que está fuera de
toda duda la bondad de la verdad a la hora de elaborar y difundir la
información.
Tampoco es ninguna
novedad que la mentira y la manipulación son tan antiguas como la propia
humanidad, e incluso sabemos que algún político e historiador romano ya narraba
las guerras magnificándose a sí mismo y ocultando sus propios fracasos. Me temo
que va a ser difícil poner puertas al campo a la capacidad que hoy existe para
propagar cualquier cosa, incluso la más inverosímil, e imagino que todos
habremos recibido ya mensajes de amigos a los que les han colado
malintencionadas noticias inventadas o bromas benignas para echar unas risas. Quizá
la solución no vaya a estar tanto en intentar censurar lo imposible como en
repartir sentido crítico a raudales y enseñar a la gente a distinguir fuentes
fiables de las que no lo son. No cabe duda de que una de las mejores
herramientas para defendernos de las informaciones falsas es la existencia de un
periodismo serio y honrado, que no tenga más ataduras que cumplir con unos
códigos éticos. Lástima que, en ocasiones, el que paga es el que manda y esos
códigos pasen a un cuarto o quinto plano en el mejor de los casos.
La historia más
reciente está plagada de fakes de
todo tipo: desde la guerra de los mundos de Orson Wells hasta al reportaje
sobre el 23F de Jordi Évole, pasando por el cormorán impregnado de petróleo y
que juraban que era obra del malvado Saddam y resultó ser víctima del petrolero
Exxon Valdez. La diferencia entre el pasado y el presente es que antes las
noticias falsas estaban en manos de gobiernos y de un centenar de dueños de
medios de comunicación, mientras que ahora hay cuatro mil millones de seres
humanos con un teléfono en el bolsillo y con la capacidad de propagar en 24
horas que la candidata presidencial dirige una red de trata de seres humanos
desde la trastienda de una pizzería.
Si preocupante es la
proliferación de “hechos alternativos”, que así es como llamó a las mentiras una asesora de Trump, no lo es menos el
intento de atenazar la libertad de expresión aprovechando el paso de este
Pisuerga. Me inquieta que ahora pretendan ponerse firmes con un tuitero que
imita a los de www.elmundotoday.com aquellos
mismos que abrieron el telediario con una caída de árbol en Holanda, el mismo
día que el principal imputado de la Gürtel
cantaba La Traviata.
1 comentario:
Me encanta el artículo. Buena crítica
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