En
este mundo siempre ha sido más fácil impartir justicia a granel que hacerlo de
forma selectiva. Todo depende de si perteneces a la aristocracia de los Lores o
eres uno más de esos seres comunes que andan por ahí. En eso no nos diferenciamos
demasiado de los animales, cuyos tratamientos veterinarios se hacen de forma
individual en el caso de valiosas reses y se sacrifica sin distinción a rebaños
y piaras menores.
No
quisiera entrar en la polémica surgida con motivo de la repetición de unos
exámenes en Extremadura y que, como cabía esperar, se ha zanjado con un castigo
colectivo a varios miles de inocentes por culpa de un descuido o negligencia
del que se habrían podido ver favorecidas algunas personas.
¿Cree
alguien que se habría actuado de la misma manera si no fuera porque las
personas perjudicadas son jóvenes que apenas han cumplido los 18 años? Mucho me
temo que no, que se ha optado por hacer tabula
rasa y cortar con sierra mecánica lo que debería haber sido tratado con
delicadas técnicas de mínima invasión.
Olvidarse
de los seres comunes es lo más sencillo en cuanto se tiene algo de poder. Esos
seres comunes de los que hablo pueden ser congéneres que huyen de la muerte en
barcazas y que son tratadas como apestados, pero también lo son los neorurales
condenados por dar vida a pueblos abandonados de Guadalajara porque no tienen
cláusula legal que les ampare. Para eso fue más listo el potentado empresario
que se aseguró un pingüe beneficio guardando gas bajo un castor mediterráneo: funcionara
el invento o no, él nada perdía. Eso, sí que es jugar con ventaja.
Me
temo que el desprecio a los que están más abajo está más extendido de lo que
parece: grandes bancos reclaman seguridad jurídica para evitar nuevos impuestos
que graven sus beneficios y lo hacen porque saben que pueden cambiar la ley con
dos llamadas de teléfono, sin necesidad de bajar a la calle con pancarta, y
porque, en el peor de los casos, tienen en su mano pasarle esa pelota a los
clientes con menos recursos en forma de comisiones bancarias.
Una
sociedad o un colectivo que se precie de valores morales es aquel que se
preocupa por sus seres más débiles e indefensos. En los últimos días hemos
podido ver gobiernos capaces de dejar morir a centenares de personas con
argumentos xenófobos y a poblaciones civiles con agallas para superar esa
miseria criminal que se esconde bajo el odio a todo extranjero pobre que huya
de la muerte.
Nunca
es tarde para ponerse del lado del bien común, para estar junto a esos seres
comunes que jamás pisarán una alfombra, que tampoco serán recibidos en palacio
y que difícilmente serán escuchados por quienes creen que el estrado
institucional en el que están subidos es una garita (o un garito) del que hay
que apartar a los que nada tienen. Poco tenemos que recuperar de los errores
del pasado y mucho que hacer por el bien común.
Publicado en HOY el 13 de junio de 2018
*La imagen es de José Manuel Puebla y se publicó en ABC el 4 de septiembre de 2015
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