El lunes se cumplieron 70 años de la
Declaración Universal de los Derechos Humanos, que probablemente es el
documento rubricado por más Estados y más incumplido incluso por los mismos
firmantes, pero también hay que reconocer que es una pequeña tabla de salvación
a la que agarrarse en unos tiempos en los que empiezan a tambalearse avances
que creíamos consolidados.
En este otoño que se acaba se cumplen también
25 años de la creación de un grupo de Amnistía Internacional en Badajoz, pocos
años después del que ya existía en Cáceres. El profesor Pecellín nos consiguió
un aula del instituto para la primera reunión y allí que nos juntamos unos cuantos
para intentar erradicar la pena de muerte y la tortura o conseguir la
excarcelación de los presos de conciencia. Durante un cuarto de siglo
intentamos, con mucha modestia, hacer todo aquello que estaba en nuestra mano para
tratar de que se hiciera realidad la declaración firmada en 1948: nos ocupamos
de Colombia, de Timor, de las abuelas de plaza de Mayo, de los ejecutados en
China o en Texas, de un preso cubano apellidado Biscet o de los campesinos centroamericanos a los que expulsan de sus tierras empresarios muy conocidos
por aquí.
Hoy nos juntamos de nuevo para recordar estos
25 años del grupo y estos 70 años de declaración. No lo podemos hacer en la
misma aula ni tampoco parafrasear a Fray Luis de León y su famoso “como
decíamos ayer” porque nada es como ayer, todo está cambiando y cada vez son más
las unanimidades logradas que comienzan a tambalearse: Guantánamo y Abu Ghraib sacaron de las catacumbas a quienes creían en la utilidad de la tortura y la
libertad de expresión se mutila con leyes, reglamentos y ordenanzas.
El pasado 8 de marzo pensábamos que no había
vuelta atrás, que una vez que se adquiere y se disfruta de un derecho humano,
aunque solo sea en el papel, es muy difícil que te lo arrebaten. Me temo que es
un error y que no nos podemos despistar ni un segundo. Ya empieza a ser
necesario explicar que el tono de la piel no nos hace mejores, que el lugar de
nacimiento que ponen en nuestros pasaportes es un mero accidente del destino y
que las patrias y las banderas acaban por ser un refugio fácil para quienes
quieren abdicar de su condición de humanos.
Esa es la tesitura a la que nos vamos a
enfrentar en los próximos tiempos: la terrible paradoja de volver a explicar
que en 1948 tuvimos que firmar unos principios para evitar que un monstruo nos
devorara de nuevo. No sabemos si se están incubando camadas negras como las que
en su día filmó Gutiérrez Aragón, lo que sí que parece claro es que o
convencemos a toda la sociedad de la prioridad de los Derechos Humanos o
acabarán por imponernos causas muy inhumanas. Es una cuestión humanitaria.
Publicado en HOY el 12 de diciembre de 2018
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