No he seguido el despliegue de medios para intentar hallar al
pequeño Julen y, mientras escribo estas palabras, continuamos sin tener
noticias de él. La vida está llena de episodios trágicos que hacen dudar de la
fe a quienes la tienen y que nos refuerza en la idea de que ningún ser superior
todopoderoso y bondadoso puede existir y permanecer como espectador ante
desgracias de tal calibre.
Cristina Cattaneo tiene nombre, apellido y profesión. No sabía
nada de ella la semana pasada y ahora sé que es médico forense y antropóloga de
un laboratorio de Milán. Tuvo que
realizar autopsias a los inmigrantes que naufragaron en abril de 2015 entre
Túnez y Sicilia, el mismo mar que surcó Eneas para encontrarse y desencontrarse
con Dido, y donde más de mil personas perdieron la vida en aquellos días.
Cristina lleva casi seis años intentando dar una identidad a
quienes se han ahogado en estas aguas. No es tarea fácil y cualquier pista
sirve, desde números de teléfonos apuntados en un papel a fotos de familiares,
como esas que en las películas de guerra muestra el soldado en la trinchera
poco antes de ser abatido. La forense encontró entre las ropas de un chico de
14 años un boletín escolar escrito en árabe y francés y con las notas de
matemáticas y ciencias físicas.
No cabe duda de que este chico quería llegar a Europa para
sobrevivir. Y también era consciente de que cualquier papel que acreditase lo
que había estudiado y aprendido le iba a servir para encontrar un trabajo mejor
con el que enviar dinero a casa. Todo quedó en papel mojado, en el más amplio
sentido del término, y es probable que nunca sepamos si este adolescente se
llamaba Moussa o Souleymane. Gente como él tendrá que venir a trabajar para que
en el futuro podamos seguir manteniendo la pirámide poblacional que sustente
nuestras pensiones y un estado de bienestar cada vez más precario.
La forense italiana se preguntaba por qué hay centenares de
especialistas que acuden a reconocer los cadáveres de víctimas blancas en un
accidente aéreo y por qué no se hace lo mismo con los náufragos de piel oscura.
Si esas preguntas no tienen una respuesta humanamente decente, qué podríamos
decir de las propuestas que abogan por impedir la labor de barcos como los de Open Arms. Estamos atravesando la frontera
más bárbara que jamás podíamos haber imaginado y en pocos años hemos conseguido
que el delito de negación de auxilio a quien está muriéndose se vuelva como un
boomerang. Ahora hay que dar explicaciones de por qué estás salvando la vida de
quienes se ahogan en el mar.
El desafío para la nueva década del XXI que asoma a la puerta, y
que quizá no podamos llamar de los felices 20, es que todas las personas tengan
la dignidad que la Declaración Universal de los DDHH nos garantiza. Pero mal
vamos cuando no se tiene ni nombre.
Publicado en el diario HOY el 23 de enero de 2019.
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