Pasado
mañana las calles de todo el mundo volverán a ser escenario de manifestaciones en
favor de la igualdad de derechos y de oportunidades entre mujeres y varones. El
año pasado el carácter reivindicativo y festivo del movimiento superó todas las
previsiones y este año el ambiente viene enrarecido por la presencia constante
de mensajes que advierten contra el feminismo, al que desde el pensamiento más
cavernario se le tilda con adjetivos y nombres compuestos que no están ni en la definición más académica, ni en la historia del movimiento, ni en la
inmensísima mayoría de las personas que lo apoyamos.
La
humanidad está llena de situaciones de injusticia que se han ido eliminando
poco a poco. La igualdad entre hombres y mujeres ha llegado lejos con respecto
a otras desigualdades en el plano teórico y en unos cuantos países, pero dista
mucho de ser real en el plano efectivo, que es el que cuenta. De nada vale
tener una legislación que garantiza la no discriminación si no existen medios para
denunciar y castigar a los que ponen en práctica el machismo de puertas para
adentro.
En
2016 participé en un taller en el que fuimos poniendo sobre la mesa las
ventajas de las que disfrutan los varones con respecto a las mujeres y las
había en todos los ámbitos: desde las costumbres diarias a la sensación de
seguridad, pasando por la adjudicación directa de las tareas de cuidados y sin
entrar en ese mundo aparte que constituye el acceso al trabajo o las relaciones
laborales en el sector privado. La conclusión que sacamos es que los varones,
aunque no lo queramos ni lo deseemos, salimos beneficiados del sistema
patriarcal.
Hace
un par de semanas me contaban que en un instituto de barrio había algunos
adolescentes varones temerosos ante el avance de los propuestas de igualdad del
feminismo y que estaban abrazando posiciones antediluvianas en esta materia. ¿Debe
un varón temer la igualdad y el avance del feminismo? Pues la respuesta es muy fácil ya que es la
misma situación que pudo vivir la nobleza antes de la Revolución Francesa o el
dueño de plantaciones de algodón en los Estados Unidos del XIX. Sí, cuando uno
disfruta de más derechos de los que en justicia le corresponden, es posible que
el avance de quienes reclaman esos derechos les haga sentir que pierden
terreno.
A
los que tienen pánico al feminismo solo me queda aconsejarles que se lo curen y
que no hagan como el negrero de Alabama que temía el triunfo de los
abolicionistas del norte, ni como el empresario que vaticinaba el fin del mundo
ante los huelguistas que reclamaban ocho horas de trabajo diarias. El feminismo
no va contra los varones, al igual que la lucha contra la esclavitud o contra
el racismo no se dirige contra las personas de raza blanca sino a favor del
género humano. Cada vez somos más los varones que no tememos nada al feminismo
porque es también nuestra lucha.
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